22/10/16

En el quinto


Es incolora, inodora e insípida. Casi imperceptible. Podías, incluso, estar rozándola sin notar su presencia.
Agua es mi vecina.
Lleva varios meses viviendo en el rellano y no se nada de ella. En ese tiempo, ni siquiera hemos intercambiado un saludo.
Viernes noche. Son las tres de la mañana cuando regreso de una fiesta en la que no me he divertido y nada me ha ido bien. La luz del portal está encendida y huele a perfume. Un olor cálido y excitante que, de inmediato, despierta  mi neurona. Oigo el roce de la puerta del ascensor tras la esquina de la escalera.
-¡Eh! ¡Por favor! -exclamo mientras giro.
Una mano femenina se pasea por delante de la célula y la puerta vuelve a abrirse. Entro a la carrera y lo primero que veo, lo único por ser más exacto, son dos tetas pugnando por escapar de un vestido cuya tela hace lo imposible por contenerlas. La impresión me deja paralizado, con la boca abierta y los ojos como platos.
-¿Puedes cerrar la boca y apretar el botón? -susurra una voz melodiosa- creo que vamos al mismo piso.
Me cuesta reaccionar por lo que es ella la que, aprisionándome contra la pared,  estira el brazo y pusa el botón del quinto. El calor de su piel se transmite a mi cuerpo que se agita sin control. Sonríe giñándome un ojo.
-Tu azoramiento me halaga -dice poniendo un beso en mi mejilla, muy cerca de la boca.
Tiene unos labios cálidos, húmedos y suaves pero mis ojos siguen perdidos en esas tetas que se agitan suavemente al respirar. Me está diciendo algo aunque no consigo oírla ¡Parezco bobo! Y bobo llego al quinto. Sale del ascensor y la sigo, pendiente ahora del movimiento del culo, hasta su puerta. Se gira enfrentándome.
-Yo ya he llegado -susurra colgándose de mi cuello y acercando su sonrisa a mi boca.
Al fin reacciono. Estiro de ella y la beso con toda la pasión que soy capaz en ese momento, que es mucha. Baja las manos a mis gluteos y me aprieta contra su vientre frotando, puesta de puntillas, su sexo contra la tensión del mío. Gime entre mis brazos mientras le beso el cuello, el nacimiento de los pechos. Desnudo uno de ellos deslizando el tirante del vestido. Lo acaricio con los labios, apoderandome de un  hinchado pezón al que regalo pequeños y suaves mordiscos. Ella no. Ella muerde con ansia mi hombro arrancando un quejido que muere en un gemir cuando su mano ágil penetra por la cintura del pantalón. Deslizo una de las mías por el interior de los muslos, hasta encontrar sus bragas mojadas. Gime profundamente separando las piernas pero sujeta mi osadía obligándola a retirarse.
Sin saber como, la puerta de su apartamento se ha abierto. Me empuja con suavidad y firmeza.
-Por ahora está bien -dice- Ya nos hemos conocido bastante y podemos seguir soñando.
El «clac» de la puerta al cerrarse y el taconeo de sus pasos alejándose, se clavan en mi cerebro dejándome en un estado se shock solo roto por el persistente sonido. No. No son sus pasos. Es el timbre del teléfono.
-¿Diga?...
-A ver Juan, ¡joder! ¿Vas a venir a la fiesta o no?

24/4/16

Nueva sensación



Alba se acercó muy lenta, con los ojos clavados en los suyos y una sonrisa en los labios húmedos y brillantes. Tomó su cara entre las manos, y le dio un apasionado beso en tanto una de ellas descendía a su pecho.
-¿Qué sig...
La voz se le quebró al sentir el firme pellizco sobre su pezón, la inmediata respuesta de este intentando romper la tela de la camiseta y la oleada de calor que la invadió humedeciendo, a la vez, su sexo. Cerró los ojos y abrió la boca en un gemido. Volvió a sentir los labios de Alba sobre los suyos, sus manos acariciándola toda y los dedos perdiéndose por la vulva totalmente empapada.
Para cuando quiso darse cuenta, estaba desnuda sobre el césped con la lengua de su amiga recorriendo el cráter de su sexo milímetro a milímetro. Se dejó ir. Nunca había sentido aquellas sensaciones, aquella intensidad. Notaba las caricias llegándole hasta lo más íntimo, hasta rincones que no conocía. Las oleadas de placer la sacudían una tras otra. Su vagina era fuego y un constante fluir de jugos que acababan en la boca de Alba. Una inmensa bola de calor ascendió a su cerebro. Arqueó el cuerpo tensando cada músculo, braceó en el aire buscando una nada a que agarrarse y, con un profundo gemido, explotó en el más intenso orgasmo que jamás había gozado.

14/4/16

Día de sexo

TENSIÓN

Trabajo en una conocida tienda de ropa, famosa también por sus precarias y leoninas condiciones laborales a las que la Jefa de Tienda en la que yo trabajo, hace meritorios honores.
Hoy no era mi día. Había perdido varias ventas y mi estado de ánimo estaba ya a "nivel suelo". Ahora mismo, atendía a una clienta de lo más pesada que me estaba sacando de mis casillas. Tenía los ojos de la Jefa clavaditos en mi y no sabia como salir del paso. Marta también me miraba. Quería ayudarme, lo sabía, pero no encontraba la forma. De pronto la vi venir casi a la carrera y agacharse bajo el mostrador. ¿...? Un segundo más tarde, unas manos hurgaban en mi cinturón y mi bragueta. Se me cayeron los pantalones y unos labios se adueñaron de mi pene que, restableciéndose de la sorpresa, comenzaba a reaccionar. Los labios de Marta lo succionaban, su lengua lo recorría de arriba abajo, sus manos lo acariciaban en un vaivén superexcitante. Se me escaparon un par de gemidos que debieron asustar a mi clienta porque se fue sin decir ni pío. Como es natural, Marta no se enteró de nada y siguió con su "labor". Mi pene crecía más y más llenando su boca cálida y húmeda. Se deslizaba dentro de ella, hasta la garganta produciéndome un placer inexplicable. Me temblaban las piernas pero no podía moverme así que me aferre al mostrador con los nudillos blancos por el esfuerzo. Y en estas apareció Clara, mi vecina. Treinta años. Soltera,. Escultural. Simpática y...
-¡Hola Juan! ¡Me alegro de encontrarte a ti. Verás... ¿Pero qué te pasa? Te veo congestionado.
-¡Ho...hola Clara! Na...na...nada. No me pasa nnnada. Tú..tú me dirás.
-¿Yo te diré? Parece que te va a dar un jamacuco, tío. No se. ¿Llamo a alguien?
-¡Nooooooo! ¡joder! ¡¡no!!
-¿Entonces?
Le hice un gesto para que se acercase.
-Verás. Hay una compañera debajo del mostrador que me está haciendo una mamada.
-¡Anda ya!  -se rió- Me llevo esto. ¡Menuda salida! -y se fue con dos blíster de medias con braguitas a juego.
Dejé caer el torso sobre el mostrador apoyado en un brazo, apreté los dientes para no gritar y me derramé a chorros.
Cuando la jefa se distrajo un momento, hice un gesto a Marta que salió corriendo guiñándome un ojo.

LA CHARLA

A partir de ahí, la mañana fue mejor. Hice varias ventas y, verdaderamente, sentía otro karma. No obstante, cada vez que me cruzaba o miraba a Marta, un ramalazo de calor sacudía mi entrepierna. Desde luego, había sido una verdadera sorpresa. Le debía una.
Faltaba una hora para el descanso de la comida cuando oí mi nombre por megafonía:
-Señor Beltrán, acuda a la oficina de personal.
¿Y ahora? Marta buscó mis ojos en una pregunta muda. Le dediqué un encogimiento de hombros.
-Pasa Juan. -La jefa estaba sentada, indolente, sobre la silla giratoria. La falda, muy corta, dejaba al descubierto sus muslos y la blusa mostraba el borde del sujetador negro.- Quiero hablar contigo.
-Usted dirá -dije acercándome.
-Primero, no me hables de usted. Somos casi de la misma edad y lo hace todo muy formal.
-No se. Usted... tú eres mi jefa y me parece que...
-Te lo pido por favor. Ser tu jefa no es más que una circunstancia. Bueno, veamos... ¿Te ocurre algo Juan? La última semana has bajado en ventas y te veo muy nervioso, no se. Como si no estuvieses a gusto con nosotros ¿Es así? ¿Puedo hacer algo por ti?.
Acabó de hablar a la vez que soltaba el moño que recogía su pelo y sacudía su melena ¡Joder! Era más guapa de lo que pensaba y estaba muy buena. Me azoré. No se por qué, pero me azoré.
Se levantó y se acercó a mi. Olía a flores y a miel. A abeja reina, pensé. Llevó una mano a mi nuca.
-Juan -dijo estirando de mi hacia ella- Mi primer objetivo es ayudaros -Acerca su cara a la mía y pone un beso en mi boca.
Es un beso húmedo, ardiente, sexual. Sus labios carnosos, se aprietan y se deslizan sobre los míos. Saben a fresa. Su lengua se adentra en mi boca para buscar la mía. Cuando nuestros cuerpos se encuentran, el bulto de mi pene presiona contra su vientre. Se pone de puntillas para notarlo más abajo. Llevo mis manos a sus nalgas y la ayudo elevándola a la vez que la aprieto contra mi, contra mi virilidad. Echa la cabeza hacia atrás. Le beso el cuello, la curva de los senos. Se le escapa el primer gemido. La levanto y la siento sobre la mesa con la falda enrollada a la cintura. Descubro sus pechos para chupar, lamer y morder los acerados pezones. Gime. Se retuerce. Se deja caer sobre la mesa
Con una mano masajeo sus tetas mientras con la otra desabrocho el cinturón y libero mi pene que salta como un resorte. Lo toma en la mano y lo dirige a su gruta, aún tapada por unas bragas que dibujan una enorme mancha de humedad. Las aparta con la otra mano y pone el glande sobre el orificio de su vagina. Empujo. Mi miembro entra suavemente frotando los hinchados labios. Grita y se estremece. Le acaricio el clítoris hinchado y endurecido. Se retuerce. Palmotea sobre la mesa. Rodea mi cintura con sus piernas para llevarme hasta lo más profundo de ella. Un temblor nace en mi muslo izquierdo avanzando hacia mi sexo. Se me entrecorta la respiración y me falta el aire.Tensa su cuerpo. Lo arquea apoyando solo la cabeza en la mesa. Me tenso con ella. Salta hacia mi abrazándose a mi cuello y los dos estallamos en un profundo orgasmo. La apoyo de nuevo en la mesa y me derrumbo encima de ella. Me acaricia la cabeza. La beso en la boca, en el cuello, en las tetas... mientras siento mi pene aflojarse dentro de aquella gruta inundada. Me empuja suavemente y salgo de ella.
-¡Uffffff! -exclama mientras se limpia de jugos- ¡Ha sido tremendo!
Me visto y al salir por la puerta me dice:
-Juan, deberíamos hablar más a menudo. Recuerda que estoy aquí para ayudaros.


COMPENSACIÓN

Marta me ve salir del despacho de la jefa. Se da cuenta, naturalmente, de mi agitación y surge la pregunta muda.
Me encojo de hombros. No le vale. Vuelve a preguntar, esta vez con gestos. Con gestos le respondo que luego le explico. Faltan diez minutos para que paremos a comer.
-¿Qué?¿Qué ha pasado? ¿Qué te ha dicho? -me pregunta cuando paramos- ¿Te ha metido una bronca? ¡Cuenta! ¡Venga! -está ansiosa.
-Me ha echado un polvo.
-¿Qué? ¡Tú alucinas!
-Para nada. Me ha dicho que está para ayudarnos. Me ha besado. Se me ha insinuado...y hemos echado un polvo. Eso ha sido todo.
Se ha puesto roja como un tomate ¿De vergüenza? No creo. ¿De rabia? La miro a los ojos. No se. Percibo que está enfadada. Se calla y permanece muda mientras vamos al restaurante. Pedimos dos ensaladas y nos sentamos en una mesa.
-¿Te parecerá muy bonito, no? ¿Y yo, qué?
-¿Tú? Marta...
-¡No! -me interrumpe- ¡Nada de Marta!... y no mal interpretes ni te hagas pajas mentales. Lo de antes lo hice porque si. Para "distraerte". Me gustó mucho a mi también y me lo pasé muy bien. Eso es todo. Pasarlo bien Juan. Pero quiero calidad.
Bueno. La chica no podía ser mas clara lo que, sin duda, era de agradecer.
De vuelta a la tienda la cojo de la mano.
-Ven -le digo guiñándole un ojo e introduciéndola en un pequeño vestidor del pasillo.
-¿Qué haces? ¡No tenemos tiempo!
-Calla -digo besándola ardientemente- el tiempo es relativo. La calidad no.
Acaricio sus nalgas por debajo del vestido girando poco a poco las manos en busca de sus ingles a la vez que mi boca desciende por el cuello hasta los pechos que se mueven agitados por una respiración entrecortada. Cuando las manos llegan a su vulva, abre las piernas para facilitar la caricia. Paseo mis dedos por los labios presionando con uno de ellos en su abertura para provocar la salida de jugos. La tela del tanga se va humedeciendo. Está muy caliente ahí abajo. Localizo el clítoris y lo frotó por encima de la tela. Gime sobre mi boca. Me muerde abrazándose muy fuerte a mí. La tumbo sobre un pequeño sofá que hay en la estancia, levanto su vestido y estiro del tanga desnudando su gruta húmeda y ardiente. La acaricio. Separa las piernas. Me arrodillo e introduzco la cabeza entre los muslos. Gime. Balbucea. Dejo que mi aliento se extienda, cálido, por su sexo. Separo los labios y soplo suavemente sobre la entrada y el clítoris. Se retuerce. Aprieta los muslos sobre mi cabeza y, con una mano, la empuja de golpe contra su vulva. El olor acre de su sexo me invade. Me excita llenándome de deseo de darle placer, de volverla loca.
Introduzco la lengua en su vagina. Lamo las paredes, los labios, punteo sobre el hinchado botón. Chilla quedamente. Engarfia los dedos sobre mi cabeza. Se arquea. Centro mis caricias en el clítoris endurecido e introduzco dos dedos en aquel volcán. Con la otra mano acaricio sus pechos pellizcando los pezones por encima de la tela. Sus jugos manan sin cesar. Tiene espasmos. Retiro los dedos y degusto el néctar que rezuma de su interior. Abre y cierra los muslos golpeando mi cabeza. Balancea la pelvis de un lado a otro, de arriba abajo, buscando el mayor contacto, la mayor profundidad. Llevo los dedos impregnados de jugo a su boca e introduzco otros dos en su vagina. Gime y lame con verdadero deleite. Eso la lleva a moverse con mayor rapidez. Meto y saco los dedos de su cueva a un ritmo loco, a la vez que con el pulgar masajeo el duro botón con movimientos circulares. Abre las piernas hasta lo imposible, se tensa, arquea todo el cuerpo y con un aullido animal, estalla inundando mi mano y sus muslos de líquido viscoso y caliente. Se queda muy quieta por un momento. Ni siquiera respira. Tiene los ojos en blanco, la boca abierta. De pronto, suspira. Su cuerpo se relaja y una nueva bocanada de jugo moja mi mano y el sofá.
La beso, la calmo. Sonríe. Jadea.
-¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Una hora? ¿Un día? -pregunta- ¡Jamás me habían masturbado de esta manera. Menuda comida! ¡¡Dios!! Toma -me da el tanga- Te lo regalo. Ahora mismo no puede tocarme nada ahí abajo.
Nos besamos y nos vamos a trabajar.


DESCANSO

¡Por fin termina mi jornada! La jefa lleva más de una hora encerrada en su oficina con un tipo que vino preguntando por ella. Marta se va a la bolera con un grupo de gente. Yo, a casa.
A punto de entrar en el portal, Clara sale del bar de enfrente.
-¡Juan, espera!
Cruza la calle a la carrera y me da un beso en la mejilla. Suave pero cálido. Solo uno.
-Oye, lo que me dijiste en la tienda...¿era verdad?
-Si. Lo era. Estaba pasando en el lugar y en el momento.
-¡Y lo sueltas así! ¡Tan tranquilo!
-¡Joder Clara! ¡Querías llamar a alguien! Imagina que me pilla mi jefa.
A todo esto, hemos llegado al rellano. Cada uno saca las llaves para abrir la puerta de casa.
-Juan -me dice casi en un susurro- ¿Quieres ver cómo me quedan las medias que me llevé?
Su casa es un reflejo de la mía. Me toma de la mano y me lleva al dormitorio.
-Espera -me dice y desaparece tras la puerta del baño.
Reaparece a los dos minutos totalmente desnuda. Las puntas del pelo acarician unos pezones desafiantes que rematan unos pechos turgentes y firmes, el vientre liso, las curvas de las caderas introducen unos muslos largos y suaves que cierran su vértice sobre una vulva sonrosada adornada por un fino triangulo de vello en el pubis.
Sonríe incitadora y me lanza un blíster de medias y un sujetador de encaje.
-Toma -dice acercándose hasta tumbarse en la cama con los pies en el suelo.
Saco una de las medias y la enrollo. Le cojo un pie. Beso sus dedos, la planta, el empeine. Apoyo la media y la subo despacio, cubriendo la piel que voy besando y lamiendo. El tobillo, la pantorrilla, la rodilla, van quedando cubiertas por la seda rosa de la media. Acaricio su muslo con besos cortos, pequeñas succiones que le arrancan suspiros, y lo cubro con la media. Repito con la otra pierna. Cojo las braguitas, también de suave color rosa. Las voy subiendo muy despacio. Paro allá donde acaban las medias. Lamo los muslos. Ahora uno, ahora el otro. Llego a su sexo. Gusto los jugos que rezuma. Beso los labios, el clítoris. Introduzco la lengua en aquella raja sonrosada y cálida. Se arquea. Se estremece. Gime e intenta apretar mi cabeza con una mano. No le dejo. Por el contrario, la retiro y, de un tirón, cubro su ardor con las bragas. Intenta quitárselas pero aparto sus manos con firmeza. Sigo besando el vientre. Juego con la lengua en el ombligo antes de ascender hasta los pechos. Los lamo. Los mordisqueo. Se retuerce. Dibujo las oreolas con la lengua y chupo los pezones duros y tiesos. Grita. Cubro aquellos inflamados pechos con el sujetador y paso sus brazos por los tirantes mientras beso sus labios cálidos y jugosos. Los chupo. Los absorvo, los muerdo mientras ella se estremece, me abraza con sus piernas, araña mi espalda...
La hago girar boca abajo y aparto su pelo para besar el cuello, la nuca. Clara es ya un susurro constante. Está muy excitada. Frota su pubis contra las sábanas y he de colocar el peso de mi pecho sobre sus nalgas a fin de evitarlo. Beso su espalda. Lamo su columna vertebral. Cierro el broche del sujetador. Llego a su cintura, a las nalgas prietas que acaricio, beso y muerdo. Aparto la tela de las bragas para meter desde atrás, dos dedos en la vagina ardiente y perfectamente lubricada. Chilla de placer. Salgo de ella para coger una blusa y una falda del armario. Con suavidad, le pongo la blusa.Gira la cara mirándome. Hay lágrimas de placer en sus ojos.  Vuelvo de nuevo a su gruta con roces y besos muy suaves. Se agita y llena mi boca de jugos. Me retiro. Subo la falda hasta su cintura donde la dejo enrollada. Me tumbo encima de ella, aparto las bragas a un lado, coloco mi miembro en su gruta y la penetro de un solo golpe. Aulla. Levanta el culo. Aprieta las nalgas. Me estrangula el pene. Una oleada de placer me invade. Clara mueve su culo de un lado a otro gimiendo, sollozando, chillando. No aguanto más. Envisto aquellas nalgas con toda mi fuerza y, uniendo nuestro aullido, nos derramamos los dos a un tiempo.
Al rato nos levantamos. Le acaricio el pelo. La beso y abrocho la blusa mientras ella introduce mi pene en el bóxer y cierra la bragueta. Baja la falda. Ambos nos reímos al vernos completamente vestidos.
-¿Y ahora? -pregunto- ¿Cenamos?
-Después de la ducha ¿vienes?

CENA Y POSTRE

Ya duchados, Clara se puso una bata de seda y a mi me prestó un albornoz que, aunque grande, me iba un poco escaso, fuimos a la cocina, preparamos unos filetes, una ensalada y nos pusimos a cenar con una botella de vino.
Charlamos animadamente, nunca habíamos tenido una conversación y, como no, comentamos lo sucedido.
-Me ha encantado Juan -dijo ella- Ha sido un punto eso de ir al revés. Muy excitante.
-Ya lo creo. Te quedan muy bien las medias. También las bragas. Pero estabas preciosa vestida. Igual que en bata.
-A ti también te queda muy bien el albornoz -se río- Aún tengo otro blíster sin abrir.
-Si. Lo se. Oye...¿algo de postre?
Miro en la nevera. ¡Vaya! ¡Bombones de licor!
-¿Quieres? -le pregunto rozándole los labios con uno.
Abre la boca. Dejo que lo chupe y lo retiro. Lo llevo a la mía y lo lamo. Se lo vuelvo a acercar. Vuelve a abrir la boca pero estira la mano y me lo arrebata. La bata se ha deslizado mostrando gran parte de sus pechos. Se mete el bombón en la boca. Lo sujeta con los dientes y me lo muestra. Me lo ofrece. La abrazo. Acerco mi boca a la suya. Muerdo el bombón y aprieto mis labios a los de ella. El licor salpica. Escurre por nuestras barbillas y varias gotas se derraman sobre sus pechos. Nos besamos lamiendolo. Repetimos. Tres, cuatro, la aparto. El líquido resbala por sus tetas desnudas. Lo lamo. Tomo otro bombón. Acaricio con él su pecho y lo hago estallar sobre el pezón que se inunda de néctar. Succiono. Clara se estira. Me ofrece sus tetas. Gime y chilla de placer. Su excitación es total. Se desprende de la bata y ella misma estalla bombones sobre su piel. Los regueros corren hacia su pubis. Me arrodillo para recoger el licor en su copa. El olor que emana su sexo me marea. Mi pene, totalmente erecto, reclama su parte en el juego. Las manos de Clara lo impregnan de chocolate derretido mientras lo masajean. Gime. Me tenso. Estoy a cien. También ella. Nos tumbamos e iniciamos un sesenta y nueve.
En cuanto le intruduzco la lengua, Clara se arquea, emite un gruñido con mi pene en la boca y estalla sobre la mía. Aún así, sigue chupando y lamiendo con ansia, con verdadero deleite. Introduzco dos dedos en ella y lamo su clítoris duro e hinchado. Se mueve atrás y adelante. La pelvis. La boca. Me enloquece. No puedo aguantar más. Mi pene crece en su boca, cabecea. Mi cuerpo se tensa pero ella no quiere que acabe. Presiona la base de mi miembro y lo retira de su boca. Me hace girar boca arriba para sentarse sobre mi e introducirselo ella misma hasta el fondo de su vagina. Se queda quieta un instante con los pechos, brillantes y pegajosos por el licor, desafiándome con la dureza de sus pezones. Suspiro. Los acaricio. Los aprieto. Se pegan a mis manos. Clara inicia un suave vaivén. Lento. Muy lento. Presionando fuerte la caña de mi miembro. Se recuesta sobre mi y me besa. Con pasión. Con furia. Aumenta el ritmo. Más. Más rápido. Eleva el torso y comienza un furioso movimiento circular. Es la locura. El pene roza las paredes de aquella ardiente cueva. O, más bien, son ellas las que se deslizan rodeando el inflamado mástil. Grito. Busco aire. Sus manos golpean mi pecho. Estrujo sus nalgas. Gime. Bracea en el aire. Cierra los ojos y se derrumba sobre mi con un grito animal. La acompaño derramando dentro de ella borbotones de líquido que se mezcla con el suyo y, juntos, rebosan de la vagina empapando el suelo que nos acoge.
Nos falta el aire. Respiramos a estertores. Nuestros cuerpos, incapaces de moverse, están fundidos, temblando. Lentamente nos incorporamos y, abrazados, nos quedamos sentados en el suelo recuperando la respiración.
-¡Qué polvazo! - exclamo con voz trémula.
-¡Qué polvazo! -responde en un susurro quedo.

LA NOCHE

Ya relajados nos vamos a la ducha. Esta vez es tranquila, pausada. Dejamos que el agua caliente corra por nuestra piel. Nos besamos. Nos acariciamos. Recorremos cada centímetro, cada pliegue. Luego, ya secos, nos metemos en la cama dejándonos acariciar por la suavidad de las sábanas de satén. Un roce sensual que nos anima a acariciarnos, a besarnos, a excitarnos poco a poco, sin prisas. El deseo va creciendo y manifestándose en nosotros. Y de nuevo tengo el pene erecto. La humedad va apareciendo en la entrepierna  de Clara. Busco sus ojos. Con mucha suavidad, así de costado, me intruduzco dentro de ella. Sonreímos. Es una sonrisa cómplice. Nos entendemos y, casi sin querer, nos dormimos de esa manera.
Mi sueño es agitado. A veces despierto con los suaves gemidos de Clara. A veces con los míos. Otras es el cabeceo de mi pene lo que me desvela. En una ocasión, siento algo cálido en mi muslo. Palpo. La sábana está mojada. Empapada de jugos míos y de ella que se agita a mi lado. Aparto la tela que nos cubre y observo sus pechos desnudos a la luz del amanecer. La cara relajada por el sueño, el pelo extendido sobre la almohada, las manos en el regazo, las piernas recogidas. Esta verdaderamente hermosa. Beso un pezón. Gime, estira las piernas y retira las manos mostrando el sexo. Beso el otro pezón y abre las piernas. Acaricio su vulva. Sonríe sin abrir los ojos. Está húmeda. Pruebo a introducir un dedo. No. No está húmeda. Está mojada.
Mi pene acusa el descubrimiento y, como un resorte, se pone recto. Suspiro. La abrazo. Me tiendo encima de ella y lo introduzco en la cueva cálida. Clara no se mueve. No abre los ojos. Suspira. Me deja hacer. Su vagina abraza mi miembro. Me invita. La beso. Entreabre los labios pero no responde. Me muevo muy lento. Muy profundo. El placer acude de forma clara. Me recorre por dentro, alcanza mi cerebro, se manifiesta en mis testículos. También invade a Clara. Su respiración se entrecorta, su calor aumenta, su vagina es ahora un mar de jugos que inunda su vulva. Pequeños gemidos acompañan mi vaivén. Una corriente asciende hasta romper en mi cerebro. Mi pene crece, cabecea y estalla justo en el momento en el que Clara, gritando, se abraza a mi cuerpo con brazos y piernas en un estallido de jugos.
Un rayo de sol entra por la ventana dañando nuestros ojos. Nos abrazamos y cubrimos nuestras cabezas la sábana.

DESPERTAR

Ummmm... Un cosquilleo recorre mi entrepierna. Un placentero sopor inunda mi cuerpo. Siento mi miembro erecto, húmedo, cálido. El placer me invade. Aún con los ojos cerrados, intento tomar conciencia de donde estoy. La luz. Una cama. Ummmmm.... Alguien lame mi pene. Clara. Arriba, abajo. Una boca lo acoge. Cálida. Húmeda. Abro los ojos. Una melena rubia se mueve entre mis piernas. Unos ojos verdes me miran. ¿Marta? Doy un salto. Marta me mira con cara de asombro, totalmente desnuda y con una mano en su sexo. Clara, también desnuda, entra en la habitación. Ambas se miran y estallan en una carcajada. Mi cara, estoy seguro, debe ser un poema. Es Clara la que habla.
-Oí el timbre. La chica había venido a buscarte, me dijo quien era y la invité a despertarte ¿Te molesta?
-Después del ajetreo de ayer -ahora habla Marta- pensé que te vendría bien salir a comer por ahí. Algún pueblecito de la sierra, tal vez. ¡Oye! ¿Puedo seguir? Estaba disfrutando mucho.
Miro mi pene que, a pesar de la sorpresa, sigue tieso y desafiante. Me encojo de hombros.
-¡Me añado! -dice Clara.
Marta vuelve a ocuparse de mi pene y Clara, tumbada bajo ella, comienza a besarle y lamerle la vulva. Giro y recoloco mi cuerpo para poder llegar al sexo de Marta, totalmente empapado con sus jugos y la saliva de Clara. Combinamos su lengua y mis dedos para lamer, besar y acariciar todos los rincones de aquel sexo ardiente. Entramos, salimos, aceleramos, paramos... Marta se deshace. Gime ahogándose con mi pene en la boca, tiembla, se retuerce proporcionándome un placer inmenso y profundo. Dobla el cuerpo, lo tensa y se deja ir en un orgasmo que nos inunda. Se queda, como ayer, totalmente quieta y a los pocos segundos, relaja el cuerpo tragando mi miembro hasta lo mas profundo, y vuelve a derramarse en la boca de Clara a la que sorprende y hace toser con aquella nueva oleada de jugos.
Tras eso, se sienta sobre mi metiéndose el vástago en su vagina. Gime sin parar, atrapada en una ola de placer que la domina y la vence. Clara va un poco despistada. La llamo y la hago sentar sobre mi cara para acariciarla con la boca. Están ambas frente a frente. No puedo verlas pero siento sus jugos en mi boca y en mi sexo. El placer me sacude a oleadas y no tardaré mucho en rendirme a él. De hecho, de no haber tenido un día tan "ajetreado" hacia ya tiempo que me habría vaciado sobre Marta.
Mientras tanto, ellas se abrazan y se besan, juegan con sus tetas, se acarician, se pellizcan una a la otra los pezones. Oigo los gemidos ahogados en las bocas que se funden. Imagino los roces de la piel, de las manos, de los labios y mi miembro crece y se aprieta contra las paredes de la ardiente vagina que lo asfixia. Ellas ajustan al fin sus ritmos, se mueven de la misma manera una en mi boca, otra en mi sexo. Empujo la lengua lo más profundo que puedo dentro de Clara y, a la vez, mi mástil en  Marta a la que, estirando de cada musculo de mi cuerpo, entrego mi esencia inundándola de esperma que brota de mi a borbotones. Ella se tensa, arquea el cuerpo, estruja mi miembro y con una sacudida y un grito desgarrador deja fluir sus jugos en otro profundo orgasmo. Clara aprieta los muslos contra mi cabeza, se lanza hacia mi pene que, chorreante, cabecea fuera ya de Marta, y al introducirlo en su boca, derrama sobre la mía su esencia cálida y sabrosa mientras Marta, tumbada a mi lado, disfruta de la segunda parte del orgasmo.
Cuando al fin nos relajamos, pasa ya de la una pero, tras el día y la noche de sexo, me invade un profundo sopor y un notable cansancio. Creo que también a Clara.
-Y ahora...¿qué hacemos? -pregunto en un susurro.
-Pues...podemos ducharnos, vestirnos y salir a comer a la sierra -propone Marta- Se os ve cansados.

13/4/16

Turno de tarde


Tengo una nueva compañera. Alguna vez la había visto por la zona pero este fin de semana nos ha tocado trabajar juntos.
-¡Hola! Soy Anne -se presenta- Nunca he trabajado aquí así que tendrás que decirme qué se hace.
-Pues...¡hola! Soy Markel. Un placer. -le tiendo la mano que ella toma con firmeza- Verás, lo primero es buscar el momento y el lugar para tomar un café. Luego relajarnos. Sobre todo, relajarnos y esperar que sea una tarde tranquila en la que no pase nada. Eso si, siempre con el móvil y el avisador de alarmas muy cerca.
-¡Toma! Yo había venido mentalizada para currar y ¡mira tú! ¿Cuándo tomamos ese café?
-Diez minutos más tarde de que se vayan estos "pelmas" -dije señalando a nuestros compañeros- Yo elijo el bar y tú pagas. Eres la nueva.
Tomamos café y pasamos la tarde hablando de mil cosas. Anne era muy abierta, alegre, simpática y tenía una conversación fresca y amplia. Nos reíamos un montón así que el tiempo volaba.
En un momento de la tarde y por "matar el rato, yo estaba revisando una entrada para mi blog y subiendo una foto de corte erótico. Se asomó descaradamente.
-¿Qué haces? ¡Vaya, vaya!
Le di la tablet.
-Es mi blog -aclaré- Me gusta escribir cosas. Relatos, poemas, pensamientos... cosas.
-¿Eróticos?
-También. El erotismo me gusta. Simple y sencillo ¿Qué?
-Nada -respondió- Yo no digo nada. No sin leerlo ¿Te importa que anote la dirección? Aunque te advierto que si te leo, te criticaré.
-Me encantará que lo hagas. Conocer tu opinión y tu punto de vista.
Poco a poco paso la tarde. Al acabar el turno, le ofrecí ir a tomar algo. Me dijo que venían unos amigos a buscarla y con ellos se fue.
Domingo.
Llego al aparcamiento. Anne está de pie junto s su coche. Camisa blanca y pantalón vaquero ceñido. Muy atractiva. Me saluda con la mano pero no me espera. Camina delante mío para hacerme ver, estoy seguro, el balanceo de sus caderas, la redondez de sus nalgas, su sensual figura, la melena de color caoba suelta hasta los hombros. El pantalón se ajusta a su culo y a los muslos cincelándolos pero la camisa le estira un poco en la cintura. ¡Treinta y nueve muy bien llevados! Imagino... o mejor no imagino nada. Empiezo a notar una cierta "presión".
En la oficina se mantiene discreta, apartada mientras los compañeros van haciendo el cambio de relevo. Atenta a sus obligaciones.
-¿El café de hoy, también lo paga la nueva? -pregunta cuando han acabado.
-Nos lo podemos jugar a piedra, papel o tijera -le respondo pero, al ver la expresión de su cara, añado: -Déjalo, ya invito yo hoy...pero ¡me debes uno!
Camino de la cafetería se cuelga de mi brazo. Huele muy bien y su cuerpo me transmite un calor relajante.
-He leído algo de tu blog. Me gusta en general. Sobre todo es fácil creerse los personajes, las situaciones, identificarse con la historia.
-Me alegra que te guste -dije- ¿Algo en especial?
-Un par de cuentos y otro par sobre parejas -contesta sonrojándose casi imperceptiblemente.

De vuelta a la oficina, acerca una silla y se sienta cerca de mi. La nube de su perfume me envuelve y me llega, tenue, el calor de su piel. Tres botones sueltos en la camisa dejan ver un sugerente canal entre los pechos.
- Y lo que escribes ¿de dónde sale?
-¿Salir? No se. Está ahí. Surge. Es el día día. Solo hay que escribirlo, tal vez mezclarlo. Llevarlo al papel a través de unos personajes.
-¿Y lo erótico? -pregunta retrepándose en la silla- ¿Predicas o prácticas?
El movimiento ha creado un hueco en su camisa dejando a la vista un bonito sujetador granate ribeteado de encaje negro.
-Siempre, -contesto dibujando con la llema de un dedo el contorno del sujetador- siempre es más fácil decir que hacer. Veo que te gusta el rojo. ¿ El pelo también lo tienes rojo?
Se tensa sorprendida por la pregunta y hace un pícaro mohín con los ojos.
-¿Quieres verlo?
Se acerca y me da un beso tórrido y apasionado en los labios. Animado por la caricia, bajo la mano hasta el vértice de sus muslos. La para.
-He dicho ver, no tocar. ¿Vienes arriba?
Arriba hay una sala de reuniones con una gran mesa y sillas.
- Si. Ahora. Pongo todo esto en automático y voy.
Cuando llego está sentada sobre la mesa. Se levanta mirándome a los ojos. Desabrocha la camisa y empieza a besarme el pecho. Lame y mordisquea mis pezones haciéndome gemir mientras desabotona el pantalón buscando el pene que la recibe desafiante. Desciende poco a poco por mi cuerpo hasta tomarlo en sus labios. ¡¡Ufffff!! Me tenso. Una oleada de placer golpea mi cerebro. Anne me acaricia con lentitud y calma. Recorre mi miembro con la lengua, con los labios, con las manos, a la vez que sus ojos buscan mi mirada. Tiemblo. Sabe muy bien lo que hace y ahora sus manos sujetan mi culo para hacerme llegar más adentro. El placer me envuelve pero no es eso lo que quiero. Tomo su cabeza entre mis manos para hacerla levantar y besarla en la boca antes de tumbarla sobre la mesa y después de haber liberado sus tetas que acaricio y chupo con glotonería. Ahora gime ella. Se arquea. Aprieta mi cabeza sobre sus pechos. Jadea. Respira entrecortadamente. Me separo y protesta, pero no cedo. Suelto el botón de sus vaqueros estirando de ellos y de sus bragas granate y negras para desnudar un sexo perfectamente rasurado y brillante de humedad. Gime levantando las nalgas de la mesa. Está muy excitada. Y muy mojada. El olor del sexo, que se mezcla con el perfume, hace palpitar mi pene erecto. Introduzco la cabeza entre sus muslos para degustar la flor rezumante de néctar. La beso. Succiono los labios y el clitoris. Anne se retuerce. Toda ella es un gemido. Ligeros espasmos la sacuden y no me atrevo a meter mis dedos en aquella gruta ansiosa porque temo que se vacíe antes de tiempo. Le doy un ligero respiro mientras estiro de ella hasta sacar sus nalgas de la mesa y sujetarlas con mis manos. Quiero ser yo quien controle sus movimientos. Apoyo el glande en su vagina y empujo introduciéndolo muy despacio. Intenta mover el culo pero no puede. Protesta y chilla pero es en balde. Mis movimientos son lentos, pausados, muy profundos. La enorme cantidad de flujo que ella genera hace que el vaivén sea suave, cargado de sensaciones. El calor y el olor enervan los sentidos y elevan el placer a la locura. Y, también gimiendo, aumento el ritmo. Siento que mis piernas se debilitan, aprieto las nalgas con toda mi fuerza e impongo un ritmo loco, frenético, desencajado. Busco los ojos de Anne pero todo lo veo borroso. La oigo gemir, suspirar, sollozar... no se. Una intensa corriente, casi dolorosa, se forma en mis muslos y asciende como un rayo hasta mi cerebro. Oigo el grito agudo de Anne, al que me que uno, y me derramo a oleadas en su interior a la vez que ella entrega todo lo que le queda dentro.
Al final me han fallado las piernas y estoy de rodillas en la moqueta. Anne, aún conmigo dentro, está abrazada a mi cuello con las piernas flexionadas. Jadeantes, nos dejamos caer al suelo para ir recobrando la respiración y la tranquilidad, aunque Anne aún sigue teniendo pequeñas convulsiones de vez en cuando.
-¡¡¡Buffffff!!! -exclama- No me hables, no me toques, no me mires o no pararán. ¡Joder! ¡Menudo polvo!
-Si -afirmo con voz tremula- Estupendo.
-No me apetece pero recuerdo que estamos trabajando ¿Tienes gel y una toalla?
Son las seis. Anne tiene que ir a otro departamento hasta las nueve. Nos vendrá bien para "relajarnos" y recuperar la cordura. Cerca de las nueve encargo unos platos combinados. He pensado en cenar algo ya que estamos de turno hasta la media noche. Anne vuelve un poco azorada y con las mejillas arreboladas.
-He encargado algo para cenar ¿qué tal?
Se pone aún más roja. Mi imagen se llena en un segundo de imágenes recientes y mi pene presiona contra la tela.
Nos sentamos a cenar en un silencio tenso ¿Solución? Contar anécdotas del trabajo para acabar de cenar entre bromas y risas.
-¿Quieres algo más? -pregunto.
-Si. Tú.

Me besa. Su lengua traspasa la barrera de mis dientes y baila con la mía. Busco sus tetas con las manos. La ropa va cayendo y, entre besos y caricias, subimos arriba.
-Esta vez vamos más tranquilos -me pide.
Sonríe. Sus labios húmedos, carnosos, ardientes, recorren despacito los míos. Los rozan, los presionan, los succionan. Van de acá para allá. Cada roce es una profunda sensación reflejada en mi pene que cabecea en sus manos. Me centro en sus besos. Un calor profundo me invade y mi cuerpo se entrega a una placentera languidez. Creo que esta mujer es capaz de llevarme, y llevarse, al orgasmo solo con besos.
Estoy ardiendo. Igual que ella. Excitado. Igual que ella. Mi pene babea y su gruta rezuma jugos que la empapan. Gemimos mirándonos y volvemos a los besos profundos. Acaricio su vulva. Se estremece y gime en mi boca. Responde paseando la yema de un dedo por mi glande, recreándose en el pequeño orificio. Es una sensación indescriptible. Tiemblo y aprieto mi boca contra la suya. Me muerde y, a cambio, introduzco un dedo en su interior. Muerde más fuerte e intento retirarme pero besa con mucha ternura la zona dolorida. Exploro en ella con mi dedo. Arriba y adelante. Grita. Se aprieta a mi. Acaricia mi pene de arriba abajo. Introduzco otro dedo. Sus jugos son como aceite y se deslizan con mucha suavidad. Pellizca y araña suavemente mi escroto mientras, con firmeza, me empuja hasta tenderme en el suelo. Pasa una pierna por encima de mi, retira la mano de su sexo y, casi a cámara lenta, se introduce ella misma el pene hasta lo más profundo. Ambos gemimos, los ojos cerrados, sintiendo. Nos quedamos quietos. Un minuto. Dos. Noto las hinchadas paredes de su vagina presionando mi miembro en máxima erección. Suspiro respirando muy suave. También ella. Algo se mueve. Pequeñas contracciones masajean mi ariete. Es muy placentero. Lo hago cabecear. Como un juego: un contracción, un cabeceo.
Solo sentir. Solo gozar. Sentir y gozar. El tacto de las manos, la vista, el oído, no cuentan. Solo el sentir interior. Aumentamos la velocidad. No mucho. También muy despacito, Anne empieza a moverse arriba y abajo deslizándose sobre el mástil que la penetra. No hablamos. No nos miramos. Se lo que siente. Noto como, al igual que a mi, el calor interior le va aumentando. Y me va naciendo un cosquilleo que invade mi vientre, mi estómago, la columna vertebral, se recrea en los testículos y asciende por la caña del pene estallando en un orgasmo bestial que surge a borbotones.
Anne se arquea. Sus puños cerrados me golpean el pecho, lanza un alarido y, desplomándose, alcanza un orgasmo que la deja rota.
Sigue tendida sobre mi con mi pene, que no quiere ceder, dentro de ella. La sacuden unos espasmos que, poco a poco, van perdiendo fuerza e intensidad. Le susurro, la calmo, le acaricio el pelo y la beso tiernamente. Pasan ya de las once. Nos levantamos y, desnudos, bajamos a recoger la ropa. Nos vestimos dejándonos ver. La imagen de su cara enrojecida, de su ondulada melena caoba, de sus pechos de dorada oreola y desafiantes pezones, de su cintura, de la curva del vientre, de su espalda suave, de las nalgas, de los muslos y de su apetecible sexo pulcramente rasurado, se queda grabada en mi mente creo que, ya, para siempre. Supongo que a ella, viendo la expresión de su cara y su sonrisa, le ocurre lo mismo conmigo.
Recogemos todo y cerramos el centro.
-¿Te vienes a casa? -le pregunto.
Me besa en los labios y se abraza a mi cintura.
Ya en el coche me pregunta:
-¿Y esto? ¿Lo escribirás en tu blog?
-No acostumbro a publicar mis relaciones personales...
-¿Y para mí? ¿Lo escribirás para mí?
-¿Para ti?... Si tú quieres...



6/4/16

A orillas del mar


Estaba tendida. El viento jugando con su pelo, el sol acariciando su piel. La fragancia de su cuerpo llegaba a mi como una canción de naturaleza y entonces, nuestras miradas se cruzaron. Mis ojos prendieron en los suyos, nuestros labios dibujaron una sonrisa para hablarnos sin palabras.
Se movió para dejar espacio en su toalla y yo me acerqué a tumbarme junto a ella. Unimos las bocas en un beso que se convirtió en deseo, en pasión desbocada. Las manos tomaron vida propia para sujetar, acariciar, explorar. La ropa iba cayendo y cada centímetro de piel descubierto era mirado, acariciado, besado, lamido. La respiración era cada vez más agitada y cuando cada uno buscó la intimidad del otro, se convirtió en gemidos que el aire se llevaba para mezclarlos con el rumor del mar.
Ascendí a su cuerpo introduciéndome en ella que me recibió con un profundo gemido y un temblar de deseo acoplándose perfectamente a mi. Los movimientos de su pelvis buscaban el máximo roce, la máxima penetración. Busqué sus ojos para encontrar en ellos una mirada que era pura provocación. Sonrió y llevando sus manos a mis nalgas, estiró de mi hasta hacerme llegar a lo más profundo de ella, a la vez que tensaba su cuerpo como un arco y lanzaba un profundo gemido. Sentí sus jugos inundar mi miembro y derrumbándome sobre ella, le entregué los que surgían de mi a borbotones.
Permanecimos tumbados el uno al lado del otro.
-Me llamo Marga -dijo.
-Raúl -contesté- Encantado.
-También yo -añadió ofreciéndome sus labios rojos.

16/3/16

Iluminada de alba


Las seis de la mañana. La calle se va vistiendo de los inciertos colores del amanecer. Ella yace desmadejada sobre la cama. La piel perlada de sudor, el pelo mojado pegado a su frente.
La luz de la mañana gana, poco a poco, terreno a las sombras. Asciende por la cama, dibujando la brillante piel de ella que se mueve inquieta. Es joven aun. Los estragos del tiempo apenas han mordido su cuerpo. Son leves insinuaciones que se reflejan en la suave caída de las nalgas, en la incipiente y casi imperceptible curvatura de su vientre y el leve ceder de los pechos aún firmes, aún rotundos. El tiempo empieza a caminar por ella pero todavía resulta atractiva. Muy atractiva y tremendamente sensual.
En el ambiente flota el perfume de la noche de fiesta. En la cara, restos del maquillaje; los párpados ensombrecidos; ruinas de carmín sobre los labios para que resulte más sensual y excitante al imaginar todo lo expresado y soñado por su cuerpo en esa noche.
Los labios dibujan una sonrisa, preludio del gemido, quizá en recuerdo de caricias que su mano, abandonando la sábana y ascendiendo por la piel iluminada de alba, parece querer rememorar. Sus dedos, en tanto leves gemidos escapan de sus labios, recorren muy lentamente el muslo, los pliegues de la vulva, suben por el vientre rodean el crater del ombligo; continúan hasta dibujar el contorno de los pechos y trepan a ellos para enfrentar los duros pezones entreteniéndose en la caricia itinerante de una a otra cumbre. Descienden luego al profundo valle y suben con delicadeza por el cuello para contornear la barbilla, explorando los labios deslizándose en suave y sensual caricia. Sin esfuerzo, el pulgar se introduce en su boca que lo recibe con sumo agrado.
Con él sumergido en la cálida y húmeda cueva, ella se gira hasta colocarse en posición fetal y entrar en ese profundo sueño que libera de todo lo terrenal. De todo lo mundano.

15/3/16

Sobre el acantilado


Nos conocíamos desde hacia tiempo pero, a pesar de existir una cierta atracción, dadas las circunstancias, nunca habíamos dado un paso el uno hacia el otro.
Aquel día, Ane, mi mujer, me pidió que la llevase al aeropuerto. Se iba por viaje de trabajo durante una semana. La sorpresa vino cuando, al recogerla, estaba con Enara. Vendría con nosotros porque tenían que ultimar unos detalles y aprovecharían la espera al embarque para hacerlo. Enara era, además de la mejor amiga de Ane, una pieza fundamental en su trabajo.
Cuando despegó el avión me ofrecí a llevarla de vuelta pero me dijo que no iría ya a trabajar así que como yo tampoco tenia nada que hacer, me propuso ir a algún bar de la costa, comer algo y dar un paseo. No vi nada malo en ello y acepté
Nos sentamos junto a la ventana que ofrecía una magnifica vista del mar y del acantilado. Hablamos de tonterías, cosas sin importancia, mientras compartiamos la comida y una botella de vino. Cuando acabamos, a pesar de que el cielo amenazaba tormenta, nos fuimos dando un paseo por el borde del acantilado, un lugar tan bonito como desierto en aquella tormentosa tarde de verano. Ciertamente, era muy fácil estar con Enara. Había confianza. La conversación surgía de forma natural y tanto ella como yo, nos sentíamos muy agusto.
De pronto sonó un trueno y los cielos se abrieron. Nos cogimos de la mano y comenzamos a correr. Inútil. Era tal el chaparrón que en dos minutos estábamos como si nos hubiésemos caído al mar. Nos paramos y comenzamos a reír. Por fortuna el sofocante calor hacia agradecer el agua. Me quede observándola. El pelo pegado a su cabeza y a la piel de su cuello. El ligero vestido marcando cada curva de su cuerpo. Dibujando los pezones duros y desafiantes, los pechos generosos y aún firmes, la linea de su vientre, la curva de las caderas, los muslos, la depresión de su sexo, la linea del tanga por debajo de la tela. Nuestras miradas se cruzaron y ella bajó la cabeza. Cogí su mano y la atraje hacia mi. Nuestros labios se apretaron en un beso cargado de ansia, de pasión, de lujuria. Cuatro manos buscaron la piel de dos cuerpos cegados de deseo, ávidos de placeres. Nos tumbamos en la hierba bajo la lluvia. Estiré de su vestido buscando su piel desnuda y caliente. Ella desnudó mi torso y bajó mis pantalones haciéndose, sus manos, dueñas de todo mi cuerpo. Y allí, sobre el acantilado, bajo la lluvia, nos besamos, nos exploramos, nos bebimos con una pasión sin limites, hasta satisfacer un deseo y una lujuria mucho tiempo contenida.
Empapada y llena de barro, la dejé envuelta en un pareo de Ane que llevaba en el coche, en la puerta de su casa, dos besos en las mejillas para decirnos adiós y jamás, en todos los años que seguimos encontrándonos, dijimos una palabra sobre aquella tarde de lluvia.

14/3/16

El error


-Entonces así. A las diez en los jardines frente al museo. Junto a la estatua. Gracias.
Marta colgó el teléfono y se relajó en el asiento trasero del coche, acariciandose por encima de la ropa mientras su mente volaba hasta el último encuentro con Ricardo. Cuando oyó el ruido de un coche aparcando al lado del suyo, abrió la puerta.
Javier se acercó lentamente y se asomó al interior. La encontró semitendida en el asiento, desnuda la piel de sus torneados muslos y rotundos los pechos que la blusa entreabierta mostraba generosamente.
Lo recibió con una sonrisa invitadora que le hizo sentir un latigazo en la entrepierna. Entró y cerró la puerta.
Lo rodeó con los brazos buscando la humedad de sus labios y la firme suavidad de sus manos. Los besos le quemaron la piel. Las caricias la transportaron a un mundo de gozo y placer. Buscó el cuerpo masculino, dibujó sus contornos y se rindió a los sentidos.
Cuando entró en ella se acoplaron perfectamente. Se fundieron en uno y se sumergieron en una danza cargada de lujuria que les llevó, sin remedio, al éxtasis. Los jadeos y los gemidos cesaron y cayó sobre ellos un silencio relajado y cómplice.
Pero Marta no se engañaba. Sabia lo que tenía. Miró a Javier a los ojos y lo apartó con un gesto pícaro en la cara.
-Habíamos quedado en...
-Perdón,  -dijo él- creo que se confunde.
-Pero... ¿no le envía la agencia?
-No. Disculpeme. A mi me contrató su marido para que investigase si usted tenia un amante.
Eran las diez. Las puertas del museo se abrieron y un grupo de japoneses corrió hacia el jardín para acosar a la estatua con sus cámaras.

11/3/16

Amor en «off»


Estoy tumbado en mi cama. Solo pero pensando en ella. Más que pensarla, la vivo. Cierro los ojos y la veo frente a mi en el esplendor de su desnudez. Soy consciente de mi soledad pero mi mente me traiciona y ella sigue ahí, frente a mi. El aroma de su piel va, poco a poco, extendiéndose por la habitación. Me recreo en su cuerpo.
El cabello, moreno y ondulado, cayendo sobre sus hombros; los ojos, verdes y chispeantes, con ese brillo y esa alegría que me desarma; la boca de labios carnosos, húmedos y sensuales. Esos labios que tantan veces he besado, que tanto placer me han dado recorriendo cada rincón de mi piel sin olvidar un solo pliegue, un solo poro.
Los pechos que parecen apuntar directamente a mis labios; pechos que tantas veces he acariciado, apretado, lamido, besado, gozado... coronados por pezones pequeños, duros y desafiantes que saben de mis labios, de mis dientes, de mis dedos.
A estas alturas, mi miembro ha decidido, por si solo, despertar y hacerse portavoz de mi mente así que lucha por escapar de la prisión de tela del slip. No le hago mucho caso. Me duele su ausencia y, a pesar de revivirla, no estoy para festejos. Lo miro y le dedico un gesto cómplice, que espero entienda, y sigo a lo mío.
Recreo su vientre. Las veces que mi lengua lo han recorrido trazando camino hacia lugares más cálidos y profundos que la fosa de su ombligo; las veces que mi boca se perdió por las lineas oblicuas de sus ingles huyendo, para no llegar antes de tiempo, del rizado bosque de su pubis. Igual que ahora en que mi mente, por recrearse aún más, la hace girar para perderme en su espalda hasta la vaguada de sus nalgas. Recorro las rojas marcas que mis dedos dejaban en ellas, apasionados acariciares que, en alguna ocasión, hasta levantaron su piel las uñas descontroladas por la fugaz convulsión de un placer extremo, y llegar a la redondez de que supo provocar en mi el deseo y la lujuria y en la que tantas veces perdí el sentido frente al aroma y el calor de la cercana y definitiva gruta.
Vuelve a cabecear mi miembro reclamando su protagonismo en este revivirla. Lo libero. Quizá sea un poco más de mí para recrear la mayor intimidad de ella. Y con su libertad vuelvo al recuerdo. Desciendo por las piernas, los muslos por detrás son sin duda la parte menos gozada de ella, hasta llegar a sus pies y ascender por delante, más allá de sus rodillas, a la piel suave tantas veces apretada contra mis orejas, preludio y antesala de la cueva en que revierten los mayores gozos.
Mi miembro inicia una danza loca, un cabeceo sin fin coronado por una incipiente y brillante lágrima. Le dedico una leve caricia en un acto reflejo fuera de una intencionalidad dominada por el más primigenio instinto. Mis ojos, y mi recuerdo, se clavan en esa gruta provocándome una oleada de calor que me obliga a abrir la boca en un gemido. Un escalofrío recorre mi espalda y mi mano, obediente a él, se cierra sobre el pene. Me adentro en el bosque. La lengua en la seda, rizos que los labios alisa empapándolos de saliva en un juego que enerva los sentidos. Roces sutiles, besos,  el deslizar de la lengua por los labios henchidos y húmedos recogiendo los jugos acres y tibios que las caricias hacen brotar.
Mi mano sube y baja lentamente en una coreografía que la mente ya no controla. Se mezclan mis recuerdos con los de ese apéndice que impone los propios de su roce y deslizar en esas pieles resbaladizas por los jugos propios y ajenos. Su dominio arrastra la otra mano hasta la boca para humedecer sus dedos y regresar emulando la lengua cálida y mojada que entretenía su juego.
Pero mi mente no ceja. El recuerdo me inunda de olores. De calor. Del rezumar de un manantial en el que, temblando de deseo, hundo la boca para lamer sus paredes, labios que se hinchan y se abren para acoger los besos, las caricias sobre el pequeño émbolo que cuida la entrada y permitir que la lengua penetre en busca de sabores en ningún otro lugar imaginables. Siento el fluir de los líquidos. Cómo inundan mi boca. Cómo se mezclan con mi saliva. La mano se mueve con más rapidez. Mis recuerdos evolucionan. El pene sustituye a la lengua. Las paredes de la gruta se cierran sobre él y lo aprietan herméticamente. Las piernas se cruzan sobre si mismas para evitar que escape y llevarle hasta lo más profundo. El vaivén se transmite a mi mano haciéndome jadear en busca de más aire. El calor, centrado en él, me fuerza a un respirar agitado y a olvidarme del resto de mi. Me paralizo al sentir que el manantial se inunda llamando a mis propios jugos. Las piernas cruzadas en un último espasmo, me empujan hasta lo más íntimo y con un grito brutal, me dejo ir en un chorro que inunda mi mano y cae sobre el propio sexo.

7/3/16

Placer picante


El silbido de la fusta cruzó el aire para apagarse en un chasquido sordo cuando se estrelló contra su nalga. Una fina línea roja se dibujó sobre la blanca piel y mi pene respondió con un ligero cabeceo. La fusta volvió al aire en tanto los músculos de sus piernas, al igual que mi pene, se tensaban. El segundo golpe cayó respondido, esta vez, por una convulsión de aquellas nalgas y un profundo gemido. Tres... cuatro... los gemidos se convirtieron en sollozos. Las convulsiones continuas y las piernas totalmente abiertas, me ofrecían la máxima vision de su sexo rasurado. Los rosados labios, el clítoris,... brillantes por los jugos rezumados.
Deslicé mi dedo índice por su ano y propiné una fuerte palmada que no esperaba, en su vulva. El gutural quejido llevó mi pene a la máxima extensión.
Me alejé de sus nalgas enrojecidas y ardientes para ponerme frente a ella. Los gemidos hacían bailar sus pechos firmes coronados por unos pezones duros como el acero y bañados generosamente por sus propias lágrimas. Sus ojos brillantes por el deseo, reflejaban también un punto de odio que activó mi propio temor y aún más, mi excitación. Aflojé la cuerda que mantenía sus brazos atados a la argolla del techo para que pudiera agacharse.
Paseé mi pene por sus pechos haciendole batallar con aquellos pezones que competían en tersura y dureza con él, bañandolo en lagrimas con las que se mezclaban hilillos de liquido preseminal. La hice arrodillarse y con mi mirada fija en sus ojos, introduje mi virilidad en su boca.
El contraste entre la frescura de las lágrimas y la calidez de aquella cavidad, me arrancó un gemido desde lo más profundo. Comenzó a succionar la caña arriba y abajo pasando su lengua en círculos por el glande. Los sollozos, que aún le duraban, daban un toque "más allá" a sus caricias. Solté sus manos que llevó de inmediato a mis nalgas atrayéndome hacia ella. Apretó los dientes sobre la caña del pene. La sensación era extraña y la erección máxima, alimentada por el temor creado a través de aquel punto de odio que había visto en sus ojos. Apretó aún más los dientes pero cuando le iba a responder con un quejido, sus uñas se clavaron en mi culo y estiraron de mi hasta lo más profundo se su garganta. Mi grito de dolor se mezcló con el gemido de placer a la vez que, de forma salvaje, me vaciaba dentro de aquella boca de la que resbalaba el esperma que no podía contener en su interior. Sus ojos me dedicaban una mirada muy perversa mientras las convulsiones retorcían mi cuerpo fuera del control mental.
Y aunque mis glúteos, al igual que los de ella y mi pene estaban doloridos, aquello era, tan solo, el inicio de una sesión que, de una u otra forma, duraría toda la noche hasta dejarnos rendidos, doloridos, saciados y satisfechos a través de esta otra forma de amor que, libremente, habíamos decidido vivir.

21/2/16

Control


...cuando entré en la alcoba ella dormía, desnuda, bajo la fina y transpatente tela de la mosquitera. Me quedé quieto observando el bello cuerpo que se ofrecía a mi vista, el suave vaivén de su respirar. Verla así, en esa tranquilidad, en ese descansar inocente, me transmitía una enorme paz. La serenidad del momento me envolvió y me llevó a recordar la primera vez que la vi, bañada su piel por los rayos del sol.
Me senté sobre la cama y recorrí su cuerpo con una suave caricia por encima de la fina tela. Sus pezones reaccionaron al roce de mi mano y un quedó gemido salió de su garganta indicándome que el placer comenzaba a despertarla. Retiré la tela. Su piel era suave y cálida. Mis dedos se deslizaron por ella sin apenas rozarla, logrando encrespar el finisimo vello que la cubría. Percibí el cambio en su respiración. El deseo estaba dominando al sueño. Tembló ligeramente y volvió a gemir, esta vez más profundo. Pasé un dedo por uno de los pezones que reaccionó de inmediato. Lamió sus labios en un gesto tan sensual que mi cuerpo lo acusó en la misma medida que el suyo mis caricias. Sus suaves y casi imperceptibles reacciones, enervaban mi deseo y mis ansias de ella. Me incliné para besar aquellos labios humedecidos. Se abrazó a mi y, con un hábil giro, me tumbó de espaldas sobre la cama quedando encima mío.
Me besa con placer. Con lujuria. Con sensualidad. Con mucha ternura. Posa un dedo sobre mis labios para que mantenga silencio y vuelve a besarme. Besos calientes y húmedos que va extendiendo por mi pecho. Mis manos buscan sus caderas. Me las aparta haciendo un gesto de negación y otro de advertencia con un dedo. Me rio. Me acaricia el torso con las puntas del pelo antes de llevar su boca a mis pezones. De nuevo mis manos la buscan. Coge un foulard, lo ata a mi muñeca, lo pasa por el cabecero y cierra el círculo en la otra muñeca. Me guiña un ojo y vuelve a advertirme con el dedo antes de regresar con sus labios a mi pecho. Sigue acariciándome con el pelo. Besando de cuando en cuando mi piel.
Levanto la cabeza. Intento ver lo que hace. Para. Coge otro pañuelo y venda mis ojos. Me besa en la boca. Comienza de nuevo. No poder tocarla, no verla, aumenta mis sensaciones. Me dejo llevar. Pequeños temblores recorren mi cuerpo. Me besa, me acaricia, provoca mi placer, lo hace surgir. Me excita y me llena de deseo. Y, de pronto...nada. No me toca. No la oigo. Todo es silencio a mi alrededor. Por mis ojos tapados pasa una película de besos y caricias. No poder ver me hace sentir como si viviese en una realidad inexistente. Sin embargo, mi deseo sigue intacto. Mi excitación no decae. Noto mi piel perlada de pequeñas gotas de sudor. Mi sangre bombeando lejos del corazón.
Una eternidad después la oigo de nuevo. Se sienta en la cama posando una mano en mi tobillo. Huele a café y pan tostado. Poco a poco su caricia asciende por mi pierna, por mi vientre, por mi torso. Alcanza mi mano y la libera. Después los ojos. Está vestida, peinada, maquillada. Hay una bandeja con café, fruta y tostadas en la mesa al lado de la cama.
-Buenos días amor. El caballero tiene el desayuno servido. -dice, poniendo un liviano beso en mis labios.
La miro estupefacto desde mi desnudez y mi excitación que queda, ya, fuera de tiempo. Sonríe y me revuelve el pelo como a un niño.
-Tranquilo - me anima con una mirada pícara- he leído en alguna parte que controlar la excitación aumenta la esperanza de vida. ¡Venga! ¡La ciudad nos espera!

19/2/16

La fiesta

Marta me miró a través del espejo con un atisbo de sonrisa en su cara.
-Mandale dormir -me dijo- el tiempo apremia y ya llegamos tarde.
-Maldita fiesta -pensé mientras miraba mi falo erecto.
Verla mientras se duchaba, difuminada su imagen a través de los cristales de la mampara, había disparado mi líbido y observarla mientras extendía el boodymilk por todo su cuerpo, había provocado en mi un tremendo deseo carnal manifestado en la enorme erección que lucía mi pene.
Sabía que la fiesta era importante para Marta pero confiaba en que pudiéramos tener un momento rápido, un alivio. Sin embargo, ella estaba centrada en su papel y yo se que si dice no, es no y punto.
Exhalé un suspiro de resignación y comencé a vestirme sin dejar de mirar a mi compañera.
Rubia, media melena, ojos verdes, pechos... no me voy a extender. Simplemente era una bella mujer y estaba buena, muy buena. En aquel momento, viendola con las medias y el tanga, sin sujetador, solo un pensamiento ocupaba mi mente: ¡tiene un polvazo! A duras penas abroché la bragueta dando fin a mis sueños.
-¿Nos vamos?
La miré...uffff!!!!
-¡Cierra la boca! - me dijo- y estalló en una sonora carcajada.
Me parecía increible. Tras seis años viviendo juntos, aún conseguía dejarme con la boca abierta cuando exibía su sensualidad.
Un vestido "años treinta" con flecos por encima de las rodillas, la espalda totalmente descubierta y un escote en forma de "v" que resultaba increible que llegase a cubrir algo de sus pechos. Una estola de plumas alrededor de su cuello y aquel perfume dulce e intenso que se introducía por mi nariz hasta la más recóndita glándula sexual.
-Vas a provocar infartos, Marta.
-¡Ojala le toque a quién yo me se!

Se sentó en el coche, la corta falda subida hasta las ingles. La visión de la casi totalidad de sus pechos, la intensidad del perfume y el calor que su cuerpo desprendía, pusieron vida propia en mi mano que se introdujo entre sus muslos. Ella abrió las piernas facilitandome el paso hasta su vulva húmeda y caliente para, cuando mis dedos llegaron a acariciar la hendidura por encima de la seda, volver a apretarlos dejandola allí inmovilizada, en tanto me dirigida una pícara mirada.
Su mano se poso sobre mi bragueta.
-Ufffff...Tienes una erección enorme. ¡Arranca! -dijo liberando mi mano- algún remedio habrá que pensar para eso.
Bajó la cremallera liberando el pene y agachándose sobre él, se lo introdujo en la boca. No lo esperaba. Mi glande cabeceó peligrosamente pero ella apretó la base de mi falo con dos dedos parando así el momento. La excitación me nublaba la vista e intenté parar en un camino rural.
-Ni se te ocurra -dijo dejando su labor- No voy a permitirte eyacular asi que sigue conduciendo.
-Marta, por favor...
-No. Una cosa son unas caricias y otra tener que recomponer todo el maquillaje o, tal vez, algo más. Sigue.
Paseó su lengua dos veces más por todo el miembro, depósitó un cálido beso en el glande y lo introdujo en el pantalón cerrando la bragueta.

Antes de entrar a la fiesta, me dio un apasionado beso en los labios apretandose mucho a mi.
-Hasta luego cariño -me dijo.
-Hasta luego amor.
Sabía que no volvería a compartir ningún otro momento con ella en toda la noche.
La fiesta iba bien. Comida y bebida abundante, buena musica... La gente disfrutaba, reía, bailaba. Casi todas las mujeres en "edad de lucir" y algunas de algo más, habían optado por unos disfraces bastante atrevidos, sexys e, incluso, provocativos.
El ambiente era distendido y cordial, demasiado cordial incluso, por lo que me resultaba difícil librarme de los deseos que Marta, ¿tal vez queriendo?, había dejado a flor de piel e insatisfechos. La fiesta había sido organizada por el jefe de ella y yo no conocía a nadie allí. La verdad es que no entendía por qué me había dejado convencer para asistir.
-Oye, ¿te tomas una copa conmigo? - me dijo una morena de generosas curvas embutida en un traje de Caperucita Roja tan simple que no iba más allá de de la propia capa con capucha, una minúscula braga de encaje, liguero, medias y zapatos todo, eso si, rojo.
-¿Qué le ya pasado a tu lobo? -le pregunté tontamente.
-Se cayó al río del vodka con "algo" y el cazador está follándose a la abuelita ¿te preocupa?
-No mucho, la verdad. ¿Qué te apetece?
-Pues... -dijo fijando sus ojos en mi entrepierna- digamos que un buen "destor".
Salimos a la terraza, yo con mi mano sobre sus nalgas mientras uno de sus pezones se clavaba en mi pecho. Mis labios estaban a punto de apoderarse de los suyos cuando un grupo, que entró en un alboroto, la rodeó llevándosela con él.
La seguí con la mirada exhalando, nuevamente, un suspiro de resignación. Parecía que aquella no iba a ser mi mejor noche sexualmente hablando. Decidí volver al salón y comer algo barajando que quizá fuese mejor renunciar al sexo por aquella noche.
Al entrar, vi a Marta apoyada contra una columna del porche. La acompañaba un hombre maduro de pelo blanco y buena planta que intentaba besarla en la boca en tanto su mano se perdía por el amplio escote de ella que con un antifaz, eso si, lejos de rechazarlo, recogió la falda sobre su cintura y subiendo la pierna derecha hasta las caderas del hombre, lo atrajo hacia si presionando sobre su culo.
Bien. Ella parecía tener resuelto "mi" problema. Tal vez fuera mejor tomar algo sólido y retirarme humildemente. Ella ya volvería a casa de alguna manera.
Me dirigí a una de las barras. Pedí un sandwich y me gire mirando al salón mientras lo iba mordisqueando.
Entonces la vi. O me vio. O nos vimos. No se. Se me acercó sonriendo. Sus ojos, fijos en los míos, la anunciaban como una chica mala poseída con su total aquiescencia y complicidad. La sensual sonrisa de sus labios, no era si no una burla a mi estupefacción. El balanceo de sus caderas, la total provocación hacia mis instintos más animales y los pechos firmes y rotundos, generosamente mostrados a través del escote, simplemente eran pecado.
-Ven -dijo tomando mi mano- Estoy ansiosa de ti.
-Estamos en mitad de una fiesta y...
-...y no creo que te acuerdes de la fiesta cuando te haga lo que estoy pensando. Ven.
3
La seguí sumisamente hasta una habitación en la que entramos. Cerró la puerta, su mano acariciando mi sexo por encima del pantalón. Intenté besar sus pechos pero me lo impidió con determinación mientras, tras soltar el cinturón, dejaba caer los pantalones liberando así el pene para introducirselo en la boca.
-No pienses en correrte ¿eh? Lo necesito en mi interior.
-Yo no... me has... -balbucí.
Me hizo sentar en un sillón. Se subió el vestido hasta la cintura y sentandose sobre mi se introdujo el pene en la vagina cálida y húmeda.
Traté de contenerme pero ella no tenía ningún interés en que lo lograse. Cabalgo apretando fuertemente mi miembro con los labios vaginales y aplicando un ritmo desenfrenado. Eyaculé ferozmente en su interior en el mismo momento en que ella alcanzaba un orgasmo tan intenso y primitivo como el mío.
Se levantó con gotas de esperma rebalando por sus muslos. Las limpió dedicándome una sonrisa.
-Gracias -dijo- Ha sido un intenso polvo.
Y dejando caer el vestido, se alejó mientras me guiñaba un ojo a través de su máscara. Me quedé sin saber como reaccionar, sentado todavía durante un rato, observando mi miembro que, brillante por sus jugos y los míos, mantenía la erección quizá por la misma acción de la sorpresa.
Cuando ya algo recuperado de la impresion salí al salón, vi a "mi" desconocida hablando con Marta, ambas riéndose alegremente al notar mi presencia para enviarme una un tímido saludo y Marta un beso con la mano a la vez que me guiñaba un ojo.
No obstante, seguía casi tan perdido como antes. ¿Qué hacer? Ahora, con la excitación, no me apetecía irme a casa solo. Se me acercó un tipo con un disfraz de dandy.
-¡Hola! Creo que tú también andas un poco perdido.
-¿Cómo? -balbucí.
-Si te interesa, en el sótano hay montada una timba de poker.
Me dio una palmada en el hombro y se alejó.
Pedí una copa en la barra y con ella en la mano, me dirigí a la escalera del sótano. Tal vez me fuera mejor en el juego...

14/2/16

El azote



Mi mano cayó sobre su nalga.
Sus uñas se clavaron en mi espalda.
De su boca salió un gemido.
Su aliento abrasó mi cara.
Los pechos desafiantes.
Los pezones como lanzas.
La fusta silbó en el aire.
En la piel quedó su marca.
La garganta ahogó un sollozo.
De sus ojos escapó una lágrima.
Y se abrió a mi sumisa,
para que yo la gozara.

13/2/16

Enfadada


Aquel día, la chica no estaba en su ser. No se que le había sucedido que todo cuanto le proponía le parecía mal y, antes de dar la nota en público, decidí que nos íbamos para casa. Me costó convencerla pero al fin aceptó no sin hacerme saber que se iba " porque quería". Ignoraba qué podía pasarle pero tampoco estaba yo por la labor de hacer, una vez más, de psicologo aficionado, así que le abrí la puerta del coche y la animé a entrar con una buena palmada en el culo. Me fulminó con la mirada pero entró dejándose caer desmadejadamente sobre el asiento y, en un gesto de rebeldía, colocando los pies sobre el salpicadero, consiguiendo con ello que quedasen a la vista la totalidad de sus piernas desnudas y la hendidura de su sexo, velada tan solo por la tenue tela transparente de las bragas.
Sonreí pensando en la cara de sorpresa que pondría cualquiera que viese semejante cuadro desde la acera o en algún paso de peatones y debo reconocer que, todo el conjunto, despertó en mi un gran apetito. Entré en el coche regalándole un beso en plena boca a la vez que, como quien no quiere, posaba la mano en su muslo rozándole sin querer, ya digo, el sexo. Respondió dándome un mordisco en los labios que me hizo daño. La miré extrañado pero lanzó una carcajada y posó su mano en mis genitales.
-¿Ya estamos así? -dijo.
Me sentí un poco avergonzado porque esta mujer siempre me hacia sentir como un adolescente que pierde fácilmente el control. Tuve la impresión de que aquel trayecto a casa iba a resultar muy difícil.
Y lo fue. Se las arregló para que su forma de estar en el asiento me dejase ver la casi totalidad de sus senos y, por otro lado, aprovechaba cualquier ocasión para exhibir su intimidad ante la sorpresa de los viandantes. El juego la estaba excitando al máximo mientras la respiración entrecortada y el olor que de su cuerpo emanaba, me estaban calentando a mi más allá de lo razonable. Cuando puso sobre mis labios un dedo empapado de sus jugos, casi subo el coche a la acera. Soltó otra sonora carcajada y desabrochó la bragueta para adueñarse de mi miembro.
-¡Para! -le dije- ¿Quieres que nos matemos?
-¿Se te ocurre una mejor forma que morir de placer? -preguntó a su vez y siguió riendo.
Dos semáforos más adelante era su boca la que se ocupaba de mi y un par de minutos más tarde, ya no había de qué ocuparse.
Estábamos llegando a casa. Recompuso su ropa, se colocó bien sobre el asiento y puso cara de chica buena. Cuando paré el coche se inclinó con un gesto pícaro.
Posó una mano en mi hombro, un beso trémulo en mis labios y con su voz más cálida y suave me dijo:
-Nos vemos encanto. Hoy ya tuviste bastante. ¡Ciao!
Cerró la puerta con un mohín y se alejó balanceando el culo alegremente.

11/2/16

Despertar (p)



Desnudos al alba
acaricia el sol, 
acarician mis dedos, 
tu piel suave y dorada.

Me acarician tus labios,
a la luz del alba,
encienden mi alma,
recorren mi espalda.

El deseo nos mira,
sonríe y se instala
entre los cuerpos desnudos,
ante la piel que clama.

Y en suspiros y gemidos,
en el fragor de las sábanas,
estallan nuestros sentidos,
a la luz del alba.

Si jefa...


La vi venir con aquel andar firme, seguro que, tal vez por los altos tacones, hacía balancear sus caderas embutidas en la estrecha falda. Un triángulo de piel morena, que la blusa dejaba sin cubrir, encauzaba la mirada hacia los firmes y redondos pechos. Los labios rojos, húmedos, carnosos; la negra melena ondulante al viento... No podía evitarlo. Cada vez que la veía de aquella manera, mi mente se desbocaba y tenía una erección.
-Buenos días Juan Luis -me saludó cogiendo el casco que le tendía.
Abrió el bolso y sacó unas zapatillas planas aunque para colocárselas, acabó mostrándome las piernas hasta el triángulo de sus bragas con lo que, a pesar de encantarme, me sentí un poco azorado dada la situación.
-Perdona -dijo- Se que no es lo más apropiado pero me avisaron tarde y tengo una reunión de alto nivel después de esto.Hemos de revisar el estado de una columna en la planta dieciséis ¿vamos?
Tras lo visto y lo imaginado, mi erección era ya completa pero si se percató o no, nada dio a entender. La seguí, observando ahora por detrás las sinuosas curvas de su cuerpo que, en mi pensar, veía desnudo y excitante.
Subimos en el montacargas, tan pequeño que, a pesar de situarme en un rincón tocando con mi espalda las paredes, podía sentir la tibieza de su cuerpo y el sonido de su respirar. Su perfume, cálido y sensual, me iba envolviendo en una nube que centraba todos mis sentidos en la presión del pene contra la tela. Cerré los ojos. Mi mano avanzó a cámara lenta hasta encontrar la tibia piel de su rodilla. No la apartó, así que se volvió más osada ascendiendo por el interior del muslo hasta alcanzar la seda de aquellas bragas que tenía clavaditas en mi mente.
Cuando los dedos rozaron el sexo por encima de la tela, suspiró y apretó las nalgas contra mi vientre dejando escapar un gemido al sentir la dureza de mi vástago sobre ellas.
La otra mano buscó la redondez de sus pechos, la suavidad de aquella piel ardiente y la dureza acerada de los pezones. Sus manos acariciaban mi miembro buscando la forma de liberarlo de su prisión. Comencé a respirar entrecortadamente. Mi boca reseca avanzaba por su cuello buscando afanosamente la suya para saciar su sed en ella. Giró la cabeza con los sensuales labios entreabiertos.
-¡Juan Luis, ya hemos llegado! ¿Dónde estás? ¿Te pasa algo?
-Perdón. No, no. Me había distraído.
Hicimos el trabajo, descendimos, recogió los zapatos y me tendió el informe.
-Que lo firme el encargado y reúnete conmigo en la oficina de promoción.
-Si... jefa!

Cuando entré en la oficina de promoción, los zapatos de tacón estaban sobre la mesa y ella inclinada sobre unos planos dejando ver, a través del escote, la redondez de sus senos enfundados en el encaje negro del sujetador. Me miró con una amplia sonrisa en aquellos excitantes labios.
-¿Ya estás aquí? Mira, revisa estos planos. Hay algo que quiero comentarte -dijo sentándose sobre la mesa para colocarse los zapatos, volviendo a mostrar los muslos que la corta falda desnudó por completo.
Ocupé su lugar inclinándome sobre los planos. Si. Ya veía lo que quería decir.
-¿Lo ves? -preguntó apoyandose sobre la mesa con el codo y girando el cuerpo hacia mí con lo que ahora tenía una visión panorámica de su escote y de sus piernas. Mi pene, naturalmente, acusó el impacto y ya amenazaba con hacer saltar la cremallera.
Se levantó, se colocó detrás mío, apoyó una mano en mi hombro y se dejó caer sobre mi cuerpo al inclinarse a revisar de nuevo los planos, haciendo descansar un pecho sobre mi espalda.
-Aquí. ¿Lo ves? ¿quién ha ordenado modificar esas medidas?
El contacto, el calor, el aroma de su cuerpo; el roce de su pelo y el tibio aliento sobre la oreja, hicieron que mi respiración se entrecortase y que mi calor corporal subiese notablemente. Me revolví inquieto.
-¿Qué ocurre Juan Luis? Te noto raro. ¿Estás enfermo?
Estiró de mí y me tocó la frente. Un ligero temblor recorrió mi cuerpo.
-¡Huy, huy...! ¿No tendrás fiebre?
Me rozó la frente con los labios y entonces lo vio. Sus ojos se clavaron en el bulto que lucía en la entrepierna.
-Esto -dijo colocando una mano sobre él- no será por mi ¿no?
-Lo siento -contesté rojo como un semaforo- yo...
-No, no lo sientas -añadió un tanto azorada- Yo, a veces, no soy consciente del efecto que puedo provocar y tú, por más y mejor ayudante que seas, no dejas de ser un hombre -recalcó apretando un poco la mano y poniendo un ligero beso en mis labios- ¿Puedes guardar los planos?

Recogí los planos y se los di. Los dejó en una esquina y colocó ante mi nariz sus bragas mojadas.
-¿Hueles? También yo soy mujer -dijo tomando mi cara entre sus manos y devorando mi boca con sus húmedos, carnosos y ardientes labios.
Desabroché su blusa. Se la quité, desnudando unos pechos de tamaño medio de piel tibia y suave en los que hundí mi cara para satisfacer a los duros pezones que, descarados, desafiaban a mi boca. Los besé, lamí y mordí mientras mis manos desabrochaban los cierres de la falda que cayó al suelo dejando a mi jefa totalmente desnuda entre mis brazos. El olor a sexo se iba apoderando de nuestros sentidos. Me hizo tumbar de espaldas sobre la mesa, las piernas colgando y el falo, recto y duro, apuntando al techo. Se inclinó y lo tomó en su boca.
-Uffffff!!!!! Ahhhhhhggg!!!! ¿no... te...teeenías una re...uunnión...?
-Queda pofpufta pof ugggencia pefgsonaff -contestó como pudo sin soltarlo.
Lo sentía entrar hasta lo más profundo de su garganta, la saliva resbalando por el tronco. La calidez y la humedad de aquella boca, me estaban proporcionando un placer sin medida pero me hacían pensar en otra oquedad, en otra calidez, en otra humedad. Mi miembro cabeceó descontrolado y ella, al notarlo, se retiró. Derramé mis jugos a borbotones sobre sus pechos. Se subió a la mesa y se sentó sobre mi pene introduciéndolo  hasta golpear contra el final de su gruta, cabalgando sobre él con un frenesí loco en tanto se masajeaba las tetas extendiendo por ellas mi crema para llevar luego los dedos a su boca lamiéndolos con verdadero placer, los ojos desorbitados.
Aunque mi pene había perdido parte de su dureza, dada la excitación de ella, habría podido alcanzar el orgasmo con facilidad pero inesperadamente, se bajó de mi y tumbándose en la mesa, me ofreció su vagina abierta y rezumante.
-¡Quiero tus labios y tu lengua en ella! ¡Quiero vaciarme en tu boca! -exclamó entre jadeos.
Metí la cabeza entre sus piernas con las manos aferradas a los muslos. Besé, lamí, mordí los labios, el clítoris... introduje mi lengua entre aquellas paredes de fuego. Gemía, chillaba, se retorcía de placer apretando mi cabeza contra aquel volcán cuyo calor la estaba abrasando por dentro. Tensó su cuerpo, toda su energía dirigida a aquel punto, toda su esencia acudiendo a mis caricias. Me aferre a sus caderas, estiré de ella para introducir mi lengua en el profundo manantial y, entonces, con un gemido seco y desgarrador, estalló en mi boca regalándome un chorro de néctar que me atragantó. Me acogió sobre su pecho bebiendo de mi boca sus propios jugos mientras su cuerpo aun temblaba en espasmos de placer.
Ya, más relajados, miró el reloj.
-¡¡Dios!! ¡¡Llevo una hora de retraso!!
-Si... jefa.
-¡Pero ha sido genial!
-Si... jefa.