...cuando entré en la alcoba ella dormía, desnuda, bajo la fina y transpatente tela de la mosquitera. Me quedé quieto observando el bello cuerpo que se ofrecía a mi vista, el suave vaivén de su respirar. Verla así, en esa tranquilidad, en ese descansar inocente, me transmitía una enorme paz. La serenidad del momento me envolvió y me llevó a recordar la primera vez que la vi, bañada su piel por los rayos del sol.
Me senté sobre la cama y recorrí su cuerpo con una suave caricia por encima de la fina tela. Sus pezones reaccionaron al roce de mi mano y un quedó gemido salió de su garganta indicándome que el placer comenzaba a despertarla. Retiré la tela. Su piel era suave y cálida. Mis dedos se deslizaron por ella sin apenas rozarla, logrando encrespar el finisimo vello que la cubría. Percibí el cambio en su respiración. El deseo estaba dominando al sueño. Tembló ligeramente y volvió a gemir, esta vez más profundo. Pasé un dedo por uno de los pezones que reaccionó de inmediato. Lamió sus labios en un gesto tan sensual que mi cuerpo lo acusó en la misma medida que el suyo mis caricias. Sus suaves y casi imperceptibles reacciones, enervaban mi deseo y mis ansias de ella. Me incliné para besar aquellos labios humedecidos. Se abrazó a mi y, con un hábil giro, me tumbó de espaldas sobre la cama quedando encima mío.
Me besa con placer. Con lujuria. Con sensualidad. Con mucha ternura. Posa un dedo sobre mis labios para que mantenga silencio y vuelve a besarme. Besos calientes y húmedos que va extendiendo por mi pecho. Mis manos buscan sus caderas. Me las aparta haciendo un gesto de negación y otro de advertencia con un dedo. Me rio. Me acaricia el torso con las puntas del pelo antes de llevar su boca a mis pezones. De nuevo mis manos la buscan. Coge un foulard, lo ata a mi muñeca, lo pasa por el cabecero y cierra el círculo en la otra muñeca. Me guiña un ojo y vuelve a advertirme con el dedo antes de regresar con sus labios a mi pecho. Sigue acariciándome con el pelo. Besando de cuando en cuando mi piel.
Levanto la cabeza. Intento ver lo que hace. Para. Coge otro pañuelo y venda mis ojos. Me besa en la boca. Comienza de nuevo. No poder tocarla, no verla, aumenta mis sensaciones. Me dejo llevar. Pequeños temblores recorren mi cuerpo. Me besa, me acaricia, provoca mi placer, lo hace surgir. Me excita y me llena de deseo. Y, de pronto...nada. No me toca. No la oigo. Todo es silencio a mi alrededor. Por mis ojos tapados pasa una película de besos y caricias. No poder ver me hace sentir como si viviese en una realidad inexistente. Sin embargo, mi deseo sigue intacto. Mi excitación no decae. Noto mi piel perlada de pequeñas gotas de sudor. Mi sangre bombeando lejos del corazón.
Una eternidad después la oigo de nuevo. Se sienta en la cama posando una mano en mi tobillo. Huele a café y pan tostado. Poco a poco su caricia asciende por mi pierna, por mi vientre, por mi torso. Alcanza mi mano y la libera. Después los ojos. Está vestida, peinada, maquillada. Hay una bandeja con café, fruta y tostadas en la mesa al lado de la cama.
-Buenos días amor. El caballero tiene el desayuno servido. -dice, poniendo un liviano beso en mis labios.
La miro estupefacto desde mi desnudez y mi excitación que queda, ya, fuera de tiempo. Sonríe y me revuelve el pelo como a un niño.
-Tranquilo - me anima con una mirada pícara- he leído en alguna parte que controlar la excitación aumenta la esperanza de vida. ¡Venga! ¡La ciudad nos espera!
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