15/3/16

Sobre el acantilado


Nos conocíamos desde hacia tiempo pero, a pesar de existir una cierta atracción, dadas las circunstancias, nunca habíamos dado un paso el uno hacia el otro.
Aquel día, Ane, mi mujer, me pidió que la llevase al aeropuerto. Se iba por viaje de trabajo durante una semana. La sorpresa vino cuando, al recogerla, estaba con Enara. Vendría con nosotros porque tenían que ultimar unos detalles y aprovecharían la espera al embarque para hacerlo. Enara era, además de la mejor amiga de Ane, una pieza fundamental en su trabajo.
Cuando despegó el avión me ofrecí a llevarla de vuelta pero me dijo que no iría ya a trabajar así que como yo tampoco tenia nada que hacer, me propuso ir a algún bar de la costa, comer algo y dar un paseo. No vi nada malo en ello y acepté
Nos sentamos junto a la ventana que ofrecía una magnifica vista del mar y del acantilado. Hablamos de tonterías, cosas sin importancia, mientras compartiamos la comida y una botella de vino. Cuando acabamos, a pesar de que el cielo amenazaba tormenta, nos fuimos dando un paseo por el borde del acantilado, un lugar tan bonito como desierto en aquella tormentosa tarde de verano. Ciertamente, era muy fácil estar con Enara. Había confianza. La conversación surgía de forma natural y tanto ella como yo, nos sentíamos muy agusto.
De pronto sonó un trueno y los cielos se abrieron. Nos cogimos de la mano y comenzamos a correr. Inútil. Era tal el chaparrón que en dos minutos estábamos como si nos hubiésemos caído al mar. Nos paramos y comenzamos a reír. Por fortuna el sofocante calor hacia agradecer el agua. Me quede observándola. El pelo pegado a su cabeza y a la piel de su cuello. El ligero vestido marcando cada curva de su cuerpo. Dibujando los pezones duros y desafiantes, los pechos generosos y aún firmes, la linea de su vientre, la curva de las caderas, los muslos, la depresión de su sexo, la linea del tanga por debajo de la tela. Nuestras miradas se cruzaron y ella bajó la cabeza. Cogí su mano y la atraje hacia mi. Nuestros labios se apretaron en un beso cargado de ansia, de pasión, de lujuria. Cuatro manos buscaron la piel de dos cuerpos cegados de deseo, ávidos de placeres. Nos tumbamos en la hierba bajo la lluvia. Estiré de su vestido buscando su piel desnuda y caliente. Ella desnudó mi torso y bajó mis pantalones haciéndose, sus manos, dueñas de todo mi cuerpo. Y allí, sobre el acantilado, bajo la lluvia, nos besamos, nos exploramos, nos bebimos con una pasión sin limites, hasta satisfacer un deseo y una lujuria mucho tiempo contenida.
Empapada y llena de barro, la dejé envuelta en un pareo de Ane que llevaba en el coche, en la puerta de su casa, dos besos en las mejillas para decirnos adiós y jamás, en todos los años que seguimos encontrándonos, dijimos una palabra sobre aquella tarde de lluvia.

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