14/3/16

El error


-Entonces así. A las diez en los jardines frente al museo. Junto a la estatua. Gracias.
Marta colgó el teléfono y se relajó en el asiento trasero del coche, acariciandose por encima de la ropa mientras su mente volaba hasta el último encuentro con Ricardo. Cuando oyó el ruido de un coche aparcando al lado del suyo, abrió la puerta.
Javier se acercó lentamente y se asomó al interior. La encontró semitendida en el asiento, desnuda la piel de sus torneados muslos y rotundos los pechos que la blusa entreabierta mostraba generosamente.
Lo recibió con una sonrisa invitadora que le hizo sentir un latigazo en la entrepierna. Entró y cerró la puerta.
Lo rodeó con los brazos buscando la humedad de sus labios y la firme suavidad de sus manos. Los besos le quemaron la piel. Las caricias la transportaron a un mundo de gozo y placer. Buscó el cuerpo masculino, dibujó sus contornos y se rindió a los sentidos.
Cuando entró en ella se acoplaron perfectamente. Se fundieron en uno y se sumergieron en una danza cargada de lujuria que les llevó, sin remedio, al éxtasis. Los jadeos y los gemidos cesaron y cayó sobre ellos un silencio relajado y cómplice.
Pero Marta no se engañaba. Sabia lo que tenía. Miró a Javier a los ojos y lo apartó con un gesto pícaro en la cara.
-Habíamos quedado en...
-Perdón,  -dijo él- creo que se confunde.
-Pero... ¿no le envía la agencia?
-No. Disculpeme. A mi me contrató su marido para que investigase si usted tenia un amante.
Eran las diez. Las puertas del museo se abrieron y un grupo de japoneses corrió hacia el jardín para acosar a la estatua con sus cámaras.

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