22/10/16

En el quinto


Es incolora, inodora e insípida. Casi imperceptible. Podías, incluso, estar rozándola sin notar su presencia.
Agua es mi vecina.
Lleva varios meses viviendo en el rellano y no se nada de ella. En ese tiempo, ni siquiera hemos intercambiado un saludo.
Viernes noche. Son las tres de la mañana cuando regreso de una fiesta en la que no me he divertido y nada me ha ido bien. La luz del portal está encendida y huele a perfume. Un olor cálido y excitante que, de inmediato, despierta  mi neurona. Oigo el roce de la puerta del ascensor tras la esquina de la escalera.
-¡Eh! ¡Por favor! -exclamo mientras giro.
Una mano femenina se pasea por delante de la célula y la puerta vuelve a abrirse. Entro a la carrera y lo primero que veo, lo único por ser más exacto, son dos tetas pugnando por escapar de un vestido cuya tela hace lo imposible por contenerlas. La impresión me deja paralizado, con la boca abierta y los ojos como platos.
-¿Puedes cerrar la boca y apretar el botón? -susurra una voz melodiosa- creo que vamos al mismo piso.
Me cuesta reaccionar por lo que es ella la que, aprisionándome contra la pared,  estira el brazo y pusa el botón del quinto. El calor de su piel se transmite a mi cuerpo que se agita sin control. Sonríe giñándome un ojo.
-Tu azoramiento me halaga -dice poniendo un beso en mi mejilla, muy cerca de la boca.
Tiene unos labios cálidos, húmedos y suaves pero mis ojos siguen perdidos en esas tetas que se agitan suavemente al respirar. Me está diciendo algo aunque no consigo oírla ¡Parezco bobo! Y bobo llego al quinto. Sale del ascensor y la sigo, pendiente ahora del movimiento del culo, hasta su puerta. Se gira enfrentándome.
-Yo ya he llegado -susurra colgándose de mi cuello y acercando su sonrisa a mi boca.
Al fin reacciono. Estiro de ella y la beso con toda la pasión que soy capaz en ese momento, que es mucha. Baja las manos a mis gluteos y me aprieta contra su vientre frotando, puesta de puntillas, su sexo contra la tensión del mío. Gime entre mis brazos mientras le beso el cuello, el nacimiento de los pechos. Desnudo uno de ellos deslizando el tirante del vestido. Lo acaricio con los labios, apoderandome de un  hinchado pezón al que regalo pequeños y suaves mordiscos. Ella no. Ella muerde con ansia mi hombro arrancando un quejido que muere en un gemir cuando su mano ágil penetra por la cintura del pantalón. Deslizo una de las mías por el interior de los muslos, hasta encontrar sus bragas mojadas. Gime profundamente separando las piernas pero sujeta mi osadía obligándola a retirarse.
Sin saber como, la puerta de su apartamento se ha abierto. Me empuja con suavidad y firmeza.
-Por ahora está bien -dice- Ya nos hemos conocido bastante y podemos seguir soñando.
El «clac» de la puerta al cerrarse y el taconeo de sus pasos alejándose, se clavan en mi cerebro dejándome en un estado se shock solo roto por el persistente sonido. No. No son sus pasos. Es el timbre del teléfono.
-¿Diga?...
-A ver Juan, ¡joder! ¿Vas a venir a la fiesta o no?