Aquel día, la chica no estaba en su ser. No se que le había sucedido que todo cuanto le proponía le parecía mal y, antes de dar la nota en público, decidí que nos íbamos para casa. Me costó convencerla pero al fin aceptó no sin hacerme saber que se iba " porque quería". Ignoraba qué podía pasarle pero tampoco estaba yo por la labor de hacer, una vez más, de psicologo aficionado, así que le abrí la puerta del coche y la animé a entrar con una buena palmada en el culo. Me fulminó con la mirada pero entró dejándose caer desmadejadamente sobre el asiento y, en un gesto de rebeldía, colocando los pies sobre el salpicadero, consiguiendo con ello que quedasen a la vista la totalidad de sus piernas desnudas y la hendidura de su sexo, velada tan solo por la tenue tela transparente de las bragas.
Sonreí pensando en la cara de sorpresa que pondría cualquiera que viese semejante cuadro desde la acera o en algún paso de peatones y debo reconocer que, todo el conjunto, despertó en mi un gran apetito. Entré en el coche regalándole un beso en plena boca a la vez que, como quien no quiere, posaba la mano en su muslo rozándole sin querer, ya digo, el sexo. Respondió dándome un mordisco en los labios que me hizo daño. La miré extrañado pero lanzó una carcajada y posó su mano en mis genitales.
-¿Ya estamos así? -dijo.
Me sentí un poco avergonzado porque esta mujer siempre me hacia sentir como un adolescente que pierde fácilmente el control. Tuve la impresión de que aquel trayecto a casa iba a resultar muy difícil.
Y lo fue. Se las arregló para que su forma de estar en el asiento me dejase ver la casi totalidad de sus senos y, por otro lado, aprovechaba cualquier ocasión para exhibir su intimidad ante la sorpresa de los viandantes. El juego la estaba excitando al máximo mientras la respiración entrecortada y el olor que de su cuerpo emanaba, me estaban calentando a mi más allá de lo razonable. Cuando puso sobre mis labios un dedo empapado de sus jugos, casi subo el coche a la acera. Soltó otra sonora carcajada y desabrochó la bragueta para adueñarse de mi miembro.
-¡Para! -le dije- ¿Quieres que nos matemos?
-¿Se te ocurre una mejor forma que morir de placer? -preguntó a su vez y siguió riendo.
Dos semáforos más adelante era su boca la que se ocupaba de mi y un par de minutos más tarde, ya no había de qué ocuparse.
Estábamos llegando a casa. Recompuso su ropa, se colocó bien sobre el asiento y puso cara de chica buena. Cuando paré el coche se inclinó con un gesto pícaro.
Posó una mano en mi hombro, un beso trémulo en mis labios y con su voz más cálida y suave me dijo:
-Nos vemos encanto. Hoy ya tuviste bastante. ¡Ciao!
Cerró la puerta con un mohín y se alejó balanceando el culo alegremente.
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