21/2/16

Control


...cuando entré en la alcoba ella dormía, desnuda, bajo la fina y transpatente tela de la mosquitera. Me quedé quieto observando el bello cuerpo que se ofrecía a mi vista, el suave vaivén de su respirar. Verla así, en esa tranquilidad, en ese descansar inocente, me transmitía una enorme paz. La serenidad del momento me envolvió y me llevó a recordar la primera vez que la vi, bañada su piel por los rayos del sol.
Me senté sobre la cama y recorrí su cuerpo con una suave caricia por encima de la fina tela. Sus pezones reaccionaron al roce de mi mano y un quedó gemido salió de su garganta indicándome que el placer comenzaba a despertarla. Retiré la tela. Su piel era suave y cálida. Mis dedos se deslizaron por ella sin apenas rozarla, logrando encrespar el finisimo vello que la cubría. Percibí el cambio en su respiración. El deseo estaba dominando al sueño. Tembló ligeramente y volvió a gemir, esta vez más profundo. Pasé un dedo por uno de los pezones que reaccionó de inmediato. Lamió sus labios en un gesto tan sensual que mi cuerpo lo acusó en la misma medida que el suyo mis caricias. Sus suaves y casi imperceptibles reacciones, enervaban mi deseo y mis ansias de ella. Me incliné para besar aquellos labios humedecidos. Se abrazó a mi y, con un hábil giro, me tumbó de espaldas sobre la cama quedando encima mío.
Me besa con placer. Con lujuria. Con sensualidad. Con mucha ternura. Posa un dedo sobre mis labios para que mantenga silencio y vuelve a besarme. Besos calientes y húmedos que va extendiendo por mi pecho. Mis manos buscan sus caderas. Me las aparta haciendo un gesto de negación y otro de advertencia con un dedo. Me rio. Me acaricia el torso con las puntas del pelo antes de llevar su boca a mis pezones. De nuevo mis manos la buscan. Coge un foulard, lo ata a mi muñeca, lo pasa por el cabecero y cierra el círculo en la otra muñeca. Me guiña un ojo y vuelve a advertirme con el dedo antes de regresar con sus labios a mi pecho. Sigue acariciándome con el pelo. Besando de cuando en cuando mi piel.
Levanto la cabeza. Intento ver lo que hace. Para. Coge otro pañuelo y venda mis ojos. Me besa en la boca. Comienza de nuevo. No poder tocarla, no verla, aumenta mis sensaciones. Me dejo llevar. Pequeños temblores recorren mi cuerpo. Me besa, me acaricia, provoca mi placer, lo hace surgir. Me excita y me llena de deseo. Y, de pronto...nada. No me toca. No la oigo. Todo es silencio a mi alrededor. Por mis ojos tapados pasa una película de besos y caricias. No poder ver me hace sentir como si viviese en una realidad inexistente. Sin embargo, mi deseo sigue intacto. Mi excitación no decae. Noto mi piel perlada de pequeñas gotas de sudor. Mi sangre bombeando lejos del corazón.
Una eternidad después la oigo de nuevo. Se sienta en la cama posando una mano en mi tobillo. Huele a café y pan tostado. Poco a poco su caricia asciende por mi pierna, por mi vientre, por mi torso. Alcanza mi mano y la libera. Después los ojos. Está vestida, peinada, maquillada. Hay una bandeja con café, fruta y tostadas en la mesa al lado de la cama.
-Buenos días amor. El caballero tiene el desayuno servido. -dice, poniendo un liviano beso en mis labios.
La miro estupefacto desde mi desnudez y mi excitación que queda, ya, fuera de tiempo. Sonríe y me revuelve el pelo como a un niño.
-Tranquilo - me anima con una mirada pícara- he leído en alguna parte que controlar la excitación aumenta la esperanza de vida. ¡Venga! ¡La ciudad nos espera!

19/2/16

La fiesta

Marta me miró a través del espejo con un atisbo de sonrisa en su cara.
-Mandale dormir -me dijo- el tiempo apremia y ya llegamos tarde.
-Maldita fiesta -pensé mientras miraba mi falo erecto.
Verla mientras se duchaba, difuminada su imagen a través de los cristales de la mampara, había disparado mi líbido y observarla mientras extendía el boodymilk por todo su cuerpo, había provocado en mi un tremendo deseo carnal manifestado en la enorme erección que lucía mi pene.
Sabía que la fiesta era importante para Marta pero confiaba en que pudiéramos tener un momento rápido, un alivio. Sin embargo, ella estaba centrada en su papel y yo se que si dice no, es no y punto.
Exhalé un suspiro de resignación y comencé a vestirme sin dejar de mirar a mi compañera.
Rubia, media melena, ojos verdes, pechos... no me voy a extender. Simplemente era una bella mujer y estaba buena, muy buena. En aquel momento, viendola con las medias y el tanga, sin sujetador, solo un pensamiento ocupaba mi mente: ¡tiene un polvazo! A duras penas abroché la bragueta dando fin a mis sueños.
-¿Nos vamos?
La miré...uffff!!!!
-¡Cierra la boca! - me dijo- y estalló en una sonora carcajada.
Me parecía increible. Tras seis años viviendo juntos, aún conseguía dejarme con la boca abierta cuando exibía su sensualidad.
Un vestido "años treinta" con flecos por encima de las rodillas, la espalda totalmente descubierta y un escote en forma de "v" que resultaba increible que llegase a cubrir algo de sus pechos. Una estola de plumas alrededor de su cuello y aquel perfume dulce e intenso que se introducía por mi nariz hasta la más recóndita glándula sexual.
-Vas a provocar infartos, Marta.
-¡Ojala le toque a quién yo me se!

Se sentó en el coche, la corta falda subida hasta las ingles. La visión de la casi totalidad de sus pechos, la intensidad del perfume y el calor que su cuerpo desprendía, pusieron vida propia en mi mano que se introdujo entre sus muslos. Ella abrió las piernas facilitandome el paso hasta su vulva húmeda y caliente para, cuando mis dedos llegaron a acariciar la hendidura por encima de la seda, volver a apretarlos dejandola allí inmovilizada, en tanto me dirigida una pícara mirada.
Su mano se poso sobre mi bragueta.
-Ufffff...Tienes una erección enorme. ¡Arranca! -dijo liberando mi mano- algún remedio habrá que pensar para eso.
Bajó la cremallera liberando el pene y agachándose sobre él, se lo introdujo en la boca. No lo esperaba. Mi glande cabeceó peligrosamente pero ella apretó la base de mi falo con dos dedos parando así el momento. La excitación me nublaba la vista e intenté parar en un camino rural.
-Ni se te ocurra -dijo dejando su labor- No voy a permitirte eyacular asi que sigue conduciendo.
-Marta, por favor...
-No. Una cosa son unas caricias y otra tener que recomponer todo el maquillaje o, tal vez, algo más. Sigue.
Paseó su lengua dos veces más por todo el miembro, depósitó un cálido beso en el glande y lo introdujo en el pantalón cerrando la bragueta.

Antes de entrar a la fiesta, me dio un apasionado beso en los labios apretandose mucho a mi.
-Hasta luego cariño -me dijo.
-Hasta luego amor.
Sabía que no volvería a compartir ningún otro momento con ella en toda la noche.
La fiesta iba bien. Comida y bebida abundante, buena musica... La gente disfrutaba, reía, bailaba. Casi todas las mujeres en "edad de lucir" y algunas de algo más, habían optado por unos disfraces bastante atrevidos, sexys e, incluso, provocativos.
El ambiente era distendido y cordial, demasiado cordial incluso, por lo que me resultaba difícil librarme de los deseos que Marta, ¿tal vez queriendo?, había dejado a flor de piel e insatisfechos. La fiesta había sido organizada por el jefe de ella y yo no conocía a nadie allí. La verdad es que no entendía por qué me había dejado convencer para asistir.
-Oye, ¿te tomas una copa conmigo? - me dijo una morena de generosas curvas embutida en un traje de Caperucita Roja tan simple que no iba más allá de de la propia capa con capucha, una minúscula braga de encaje, liguero, medias y zapatos todo, eso si, rojo.
-¿Qué le ya pasado a tu lobo? -le pregunté tontamente.
-Se cayó al río del vodka con "algo" y el cazador está follándose a la abuelita ¿te preocupa?
-No mucho, la verdad. ¿Qué te apetece?
-Pues... -dijo fijando sus ojos en mi entrepierna- digamos que un buen "destor".
Salimos a la terraza, yo con mi mano sobre sus nalgas mientras uno de sus pezones se clavaba en mi pecho. Mis labios estaban a punto de apoderarse de los suyos cuando un grupo, que entró en un alboroto, la rodeó llevándosela con él.
La seguí con la mirada exhalando, nuevamente, un suspiro de resignación. Parecía que aquella no iba a ser mi mejor noche sexualmente hablando. Decidí volver al salón y comer algo barajando que quizá fuese mejor renunciar al sexo por aquella noche.
Al entrar, vi a Marta apoyada contra una columna del porche. La acompañaba un hombre maduro de pelo blanco y buena planta que intentaba besarla en la boca en tanto su mano se perdía por el amplio escote de ella que con un antifaz, eso si, lejos de rechazarlo, recogió la falda sobre su cintura y subiendo la pierna derecha hasta las caderas del hombre, lo atrajo hacia si presionando sobre su culo.
Bien. Ella parecía tener resuelto "mi" problema. Tal vez fuera mejor tomar algo sólido y retirarme humildemente. Ella ya volvería a casa de alguna manera.
Me dirigí a una de las barras. Pedí un sandwich y me gire mirando al salón mientras lo iba mordisqueando.
Entonces la vi. O me vio. O nos vimos. No se. Se me acercó sonriendo. Sus ojos, fijos en los míos, la anunciaban como una chica mala poseída con su total aquiescencia y complicidad. La sensual sonrisa de sus labios, no era si no una burla a mi estupefacción. El balanceo de sus caderas, la total provocación hacia mis instintos más animales y los pechos firmes y rotundos, generosamente mostrados a través del escote, simplemente eran pecado.
-Ven -dijo tomando mi mano- Estoy ansiosa de ti.
-Estamos en mitad de una fiesta y...
-...y no creo que te acuerdes de la fiesta cuando te haga lo que estoy pensando. Ven.
3
La seguí sumisamente hasta una habitación en la que entramos. Cerró la puerta, su mano acariciando mi sexo por encima del pantalón. Intenté besar sus pechos pero me lo impidió con determinación mientras, tras soltar el cinturón, dejaba caer los pantalones liberando así el pene para introducirselo en la boca.
-No pienses en correrte ¿eh? Lo necesito en mi interior.
-Yo no... me has... -balbucí.
Me hizo sentar en un sillón. Se subió el vestido hasta la cintura y sentandose sobre mi se introdujo el pene en la vagina cálida y húmeda.
Traté de contenerme pero ella no tenía ningún interés en que lo lograse. Cabalgo apretando fuertemente mi miembro con los labios vaginales y aplicando un ritmo desenfrenado. Eyaculé ferozmente en su interior en el mismo momento en que ella alcanzaba un orgasmo tan intenso y primitivo como el mío.
Se levantó con gotas de esperma rebalando por sus muslos. Las limpió dedicándome una sonrisa.
-Gracias -dijo- Ha sido un intenso polvo.
Y dejando caer el vestido, se alejó mientras me guiñaba un ojo a través de su máscara. Me quedé sin saber como reaccionar, sentado todavía durante un rato, observando mi miembro que, brillante por sus jugos y los míos, mantenía la erección quizá por la misma acción de la sorpresa.
Cuando ya algo recuperado de la impresion salí al salón, vi a "mi" desconocida hablando con Marta, ambas riéndose alegremente al notar mi presencia para enviarme una un tímido saludo y Marta un beso con la mano a la vez que me guiñaba un ojo.
No obstante, seguía casi tan perdido como antes. ¿Qué hacer? Ahora, con la excitación, no me apetecía irme a casa solo. Se me acercó un tipo con un disfraz de dandy.
-¡Hola! Creo que tú también andas un poco perdido.
-¿Cómo? -balbucí.
-Si te interesa, en el sótano hay montada una timba de poker.
Me dio una palmada en el hombro y se alejó.
Pedí una copa en la barra y con ella en la mano, me dirigí a la escalera del sótano. Tal vez me fuera mejor en el juego...

14/2/16

El azote



Mi mano cayó sobre su nalga.
Sus uñas se clavaron en mi espalda.
De su boca salió un gemido.
Su aliento abrasó mi cara.
Los pechos desafiantes.
Los pezones como lanzas.
La fusta silbó en el aire.
En la piel quedó su marca.
La garganta ahogó un sollozo.
De sus ojos escapó una lágrima.
Y se abrió a mi sumisa,
para que yo la gozara.

13/2/16

Enfadada


Aquel día, la chica no estaba en su ser. No se que le había sucedido que todo cuanto le proponía le parecía mal y, antes de dar la nota en público, decidí que nos íbamos para casa. Me costó convencerla pero al fin aceptó no sin hacerme saber que se iba " porque quería". Ignoraba qué podía pasarle pero tampoco estaba yo por la labor de hacer, una vez más, de psicologo aficionado, así que le abrí la puerta del coche y la animé a entrar con una buena palmada en el culo. Me fulminó con la mirada pero entró dejándose caer desmadejadamente sobre el asiento y, en un gesto de rebeldía, colocando los pies sobre el salpicadero, consiguiendo con ello que quedasen a la vista la totalidad de sus piernas desnudas y la hendidura de su sexo, velada tan solo por la tenue tela transparente de las bragas.
Sonreí pensando en la cara de sorpresa que pondría cualquiera que viese semejante cuadro desde la acera o en algún paso de peatones y debo reconocer que, todo el conjunto, despertó en mi un gran apetito. Entré en el coche regalándole un beso en plena boca a la vez que, como quien no quiere, posaba la mano en su muslo rozándole sin querer, ya digo, el sexo. Respondió dándome un mordisco en los labios que me hizo daño. La miré extrañado pero lanzó una carcajada y posó su mano en mis genitales.
-¿Ya estamos así? -dijo.
Me sentí un poco avergonzado porque esta mujer siempre me hacia sentir como un adolescente que pierde fácilmente el control. Tuve la impresión de que aquel trayecto a casa iba a resultar muy difícil.
Y lo fue. Se las arregló para que su forma de estar en el asiento me dejase ver la casi totalidad de sus senos y, por otro lado, aprovechaba cualquier ocasión para exhibir su intimidad ante la sorpresa de los viandantes. El juego la estaba excitando al máximo mientras la respiración entrecortada y el olor que de su cuerpo emanaba, me estaban calentando a mi más allá de lo razonable. Cuando puso sobre mis labios un dedo empapado de sus jugos, casi subo el coche a la acera. Soltó otra sonora carcajada y desabrochó la bragueta para adueñarse de mi miembro.
-¡Para! -le dije- ¿Quieres que nos matemos?
-¿Se te ocurre una mejor forma que morir de placer? -preguntó a su vez y siguió riendo.
Dos semáforos más adelante era su boca la que se ocupaba de mi y un par de minutos más tarde, ya no había de qué ocuparse.
Estábamos llegando a casa. Recompuso su ropa, se colocó bien sobre el asiento y puso cara de chica buena. Cuando paré el coche se inclinó con un gesto pícaro.
Posó una mano en mi hombro, un beso trémulo en mis labios y con su voz más cálida y suave me dijo:
-Nos vemos encanto. Hoy ya tuviste bastante. ¡Ciao!
Cerró la puerta con un mohín y se alejó balanceando el culo alegremente.

11/2/16

Despertar (p)



Desnudos al alba
acaricia el sol, 
acarician mis dedos, 
tu piel suave y dorada.

Me acarician tus labios,
a la luz del alba,
encienden mi alma,
recorren mi espalda.

El deseo nos mira,
sonríe y se instala
entre los cuerpos desnudos,
ante la piel que clama.

Y en suspiros y gemidos,
en el fragor de las sábanas,
estallan nuestros sentidos,
a la luz del alba.

Si jefa...


La vi venir con aquel andar firme, seguro que, tal vez por los altos tacones, hacía balancear sus caderas embutidas en la estrecha falda. Un triángulo de piel morena, que la blusa dejaba sin cubrir, encauzaba la mirada hacia los firmes y redondos pechos. Los labios rojos, húmedos, carnosos; la negra melena ondulante al viento... No podía evitarlo. Cada vez que la veía de aquella manera, mi mente se desbocaba y tenía una erección.
-Buenos días Juan Luis -me saludó cogiendo el casco que le tendía.
Abrió el bolso y sacó unas zapatillas planas aunque para colocárselas, acabó mostrándome las piernas hasta el triángulo de sus bragas con lo que, a pesar de encantarme, me sentí un poco azorado dada la situación.
-Perdona -dijo- Se que no es lo más apropiado pero me avisaron tarde y tengo una reunión de alto nivel después de esto.Hemos de revisar el estado de una columna en la planta dieciséis ¿vamos?
Tras lo visto y lo imaginado, mi erección era ya completa pero si se percató o no, nada dio a entender. La seguí, observando ahora por detrás las sinuosas curvas de su cuerpo que, en mi pensar, veía desnudo y excitante.
Subimos en el montacargas, tan pequeño que, a pesar de situarme en un rincón tocando con mi espalda las paredes, podía sentir la tibieza de su cuerpo y el sonido de su respirar. Su perfume, cálido y sensual, me iba envolviendo en una nube que centraba todos mis sentidos en la presión del pene contra la tela. Cerré los ojos. Mi mano avanzó a cámara lenta hasta encontrar la tibia piel de su rodilla. No la apartó, así que se volvió más osada ascendiendo por el interior del muslo hasta alcanzar la seda de aquellas bragas que tenía clavaditas en mi mente.
Cuando los dedos rozaron el sexo por encima de la tela, suspiró y apretó las nalgas contra mi vientre dejando escapar un gemido al sentir la dureza de mi vástago sobre ellas.
La otra mano buscó la redondez de sus pechos, la suavidad de aquella piel ardiente y la dureza acerada de los pezones. Sus manos acariciaban mi miembro buscando la forma de liberarlo de su prisión. Comencé a respirar entrecortadamente. Mi boca reseca avanzaba por su cuello buscando afanosamente la suya para saciar su sed en ella. Giró la cabeza con los sensuales labios entreabiertos.
-¡Juan Luis, ya hemos llegado! ¿Dónde estás? ¿Te pasa algo?
-Perdón. No, no. Me había distraído.
Hicimos el trabajo, descendimos, recogió los zapatos y me tendió el informe.
-Que lo firme el encargado y reúnete conmigo en la oficina de promoción.
-Si... jefa!

Cuando entré en la oficina de promoción, los zapatos de tacón estaban sobre la mesa y ella inclinada sobre unos planos dejando ver, a través del escote, la redondez de sus senos enfundados en el encaje negro del sujetador. Me miró con una amplia sonrisa en aquellos excitantes labios.
-¿Ya estás aquí? Mira, revisa estos planos. Hay algo que quiero comentarte -dijo sentándose sobre la mesa para colocarse los zapatos, volviendo a mostrar los muslos que la corta falda desnudó por completo.
Ocupé su lugar inclinándome sobre los planos. Si. Ya veía lo que quería decir.
-¿Lo ves? -preguntó apoyandose sobre la mesa con el codo y girando el cuerpo hacia mí con lo que ahora tenía una visión panorámica de su escote y de sus piernas. Mi pene, naturalmente, acusó el impacto y ya amenazaba con hacer saltar la cremallera.
Se levantó, se colocó detrás mío, apoyó una mano en mi hombro y se dejó caer sobre mi cuerpo al inclinarse a revisar de nuevo los planos, haciendo descansar un pecho sobre mi espalda.
-Aquí. ¿Lo ves? ¿quién ha ordenado modificar esas medidas?
El contacto, el calor, el aroma de su cuerpo; el roce de su pelo y el tibio aliento sobre la oreja, hicieron que mi respiración se entrecortase y que mi calor corporal subiese notablemente. Me revolví inquieto.
-¿Qué ocurre Juan Luis? Te noto raro. ¿Estás enfermo?
Estiró de mí y me tocó la frente. Un ligero temblor recorrió mi cuerpo.
-¡Huy, huy...! ¿No tendrás fiebre?
Me rozó la frente con los labios y entonces lo vio. Sus ojos se clavaron en el bulto que lucía en la entrepierna.
-Esto -dijo colocando una mano sobre él- no será por mi ¿no?
-Lo siento -contesté rojo como un semaforo- yo...
-No, no lo sientas -añadió un tanto azorada- Yo, a veces, no soy consciente del efecto que puedo provocar y tú, por más y mejor ayudante que seas, no dejas de ser un hombre -recalcó apretando un poco la mano y poniendo un ligero beso en mis labios- ¿Puedes guardar los planos?

Recogí los planos y se los di. Los dejó en una esquina y colocó ante mi nariz sus bragas mojadas.
-¿Hueles? También yo soy mujer -dijo tomando mi cara entre sus manos y devorando mi boca con sus húmedos, carnosos y ardientes labios.
Desabroché su blusa. Se la quité, desnudando unos pechos de tamaño medio de piel tibia y suave en los que hundí mi cara para satisfacer a los duros pezones que, descarados, desafiaban a mi boca. Los besé, lamí y mordí mientras mis manos desabrochaban los cierres de la falda que cayó al suelo dejando a mi jefa totalmente desnuda entre mis brazos. El olor a sexo se iba apoderando de nuestros sentidos. Me hizo tumbar de espaldas sobre la mesa, las piernas colgando y el falo, recto y duro, apuntando al techo. Se inclinó y lo tomó en su boca.
-Uffffff!!!!! Ahhhhhhggg!!!! ¿no... te...teeenías una re...uunnión...?
-Queda pofpufta pof ugggencia pefgsonaff -contestó como pudo sin soltarlo.
Lo sentía entrar hasta lo más profundo de su garganta, la saliva resbalando por el tronco. La calidez y la humedad de aquella boca, me estaban proporcionando un placer sin medida pero me hacían pensar en otra oquedad, en otra calidez, en otra humedad. Mi miembro cabeceó descontrolado y ella, al notarlo, se retiró. Derramé mis jugos a borbotones sobre sus pechos. Se subió a la mesa y se sentó sobre mi pene introduciéndolo  hasta golpear contra el final de su gruta, cabalgando sobre él con un frenesí loco en tanto se masajeaba las tetas extendiendo por ellas mi crema para llevar luego los dedos a su boca lamiéndolos con verdadero placer, los ojos desorbitados.
Aunque mi pene había perdido parte de su dureza, dada la excitación de ella, habría podido alcanzar el orgasmo con facilidad pero inesperadamente, se bajó de mi y tumbándose en la mesa, me ofreció su vagina abierta y rezumante.
-¡Quiero tus labios y tu lengua en ella! ¡Quiero vaciarme en tu boca! -exclamó entre jadeos.
Metí la cabeza entre sus piernas con las manos aferradas a los muslos. Besé, lamí, mordí los labios, el clítoris... introduje mi lengua entre aquellas paredes de fuego. Gemía, chillaba, se retorcía de placer apretando mi cabeza contra aquel volcán cuyo calor la estaba abrasando por dentro. Tensó su cuerpo, toda su energía dirigida a aquel punto, toda su esencia acudiendo a mis caricias. Me aferre a sus caderas, estiré de ella para introducir mi lengua en el profundo manantial y, entonces, con un gemido seco y desgarrador, estalló en mi boca regalándome un chorro de néctar que me atragantó. Me acogió sobre su pecho bebiendo de mi boca sus propios jugos mientras su cuerpo aun temblaba en espasmos de placer.
Ya, más relajados, miró el reloj.
-¡¡Dios!! ¡¡Llevo una hora de retraso!!
-Si... jefa.
-¡Pero ha sido genial!
-Si... jefa.

10/2/16

Sopor


Oigo el sonido de tus pasos en la noche más no quiero despertar. No quiero ver tu cuerpo librándose, poco a poco, de la ropa que cubre esa piel nívea y ardiente. Tampoco sentir sobre mi tu roce, la seda de tu pelo, el aroma que de ti emana. Prefiero seguir olvidado, arrinconado, allí donde no me encuentres ni me alcance el lenguaje de tu ser.
Aunque se que no es posible. Tu cuerpo, ese hermoso cuerpo de diosa, me domina. Anula mi mente y, doblegando mi corazón, cambia el flujo de mi sangre. Ya es tarde. Aprieto los ojos pero mi espíritu se ha despertado y acude a ti. Sigue el aroma de esa piel suave que toca la mía. Se mueve con el latido de tu corazón, con la suave música de tu respirar y te susurra al oido alguna cosa que te hace sonreir. Se pierde de mi  y se enreda entre tu pelo.
Lo sabía. El sueño me abandona. Entre el sopor que me domina, percibo algo suave, cálido y húmedo que recorre mi cuello ascendiendo lentamente para tapar mi boca. Es agradable. Muy agradable. Dejo que mis labios se entreabran y que mi lengua lo acaricie mientras un leve cosquilleo invade mis zonas erógenas. Abro los ojos pero una cascada de seda nubla mi visión haciéndome cosquillas en la cara. Unas manos, mi mente ya me permite reconocerlas, acarician mi pecho, pellizcan mis pezones arrancándome un leve gemido y descienden por la tripa hasta enredarse en el vello de mi pubis. Sin siquiera pensar en ello, mi virilidad se hiergue y acepta orgullosa el homenaje de las caricias de esos dedos. Siento un peso sobre mi, un reguero húmedo sobre mi pierna, un volcán invertido que me absorbe a un interior de fuego y humedad. Un olor acre, agradable y excitante, pone mis manos en movimiento. Acierto a posarlas sobre dos esferas suaves y firmes que se balancean arriba y abajo. Las aprieto, las masajeo  y cada vez que lo hago, oigo una música de suspiros y quedos gemidos. Creo que yo mismo soy parte de esa melodía. El ritmo aumenta. La cadencia de la música también. Una corriente se inicia en el interior de mis muslos recorriéndome por dentro, estremeciéndome. Tenso mi cuerpo y me derramo a través de ese vástago aprisionado por un sólido anillo que lo recorre y lo estrangula. Oigo un grito lejano, grutural y profundo y siento resbalar por mi virilidad la calided de unos jugos que se mezclan con los míos. El sopor regresa a mi. Creo que me he dormido. O tal vez no. No soy muy consciente del momento. Quizá sea ese espacio entre el sueño y el despertar en que la consciencia, aún brumosa, no ha regresado a nuestro cerebro.
Abro los ojos y encuentro tu cuerpo, ese cuerpo de diosa que me domina, tendido junto a mi. Relajado. Totalmente desnudo, tal vez ofrecido. Los ojos cerrados. El pelo desparramado por la almohada, una sonrisa fresca y feliz en los labios. Observo tu sexo. Está brillante como el mío. Un olor acre y dulzón  flota en el aire y, no se por qué, un suspiro brota de mi alma.

8/2/16

Sumisa


...y aunque en apariencia y enfrente de él se mostraba sumisa, en su interior sentía sus jugos resbalando por la piel de los muslos una vez inundado su sexo. Pequeñas convulsiones que disimulaba hábilmente, la recorrían y cada una de ellas hacia brotar un poco más de jugo de su manantial.
Pero él no se dejó engañar. La conocía demasiado bien y conocía su olor. Alzó el látigo, lo descargó sobre su espalda y estirando de ella, la obligó a ponerse en pie. Ella gemía. Llevó la mano a sus bragas, se las arrancó de un tirón y, empapadas como estaban, las hizo un ovillo y se las metió en la boca. Gotas de esmegma caían de su sexo. La hizo agacharse a olerlas mientras azotaba febrilmente las nalgas ofrecidas. No aguantó. Tensó el cuerpo y con un alarido ahogado por las bragas en su boca, se dejó ir en un orgasmo tan profundo que la hizo caer sobre sus propios jugos mientras él seguía azotándola. Sin darle tiempo a recuperarse, se lanzó sobre ella e introduciendo el miembro en su interior, la cabalgó frenéticamente provocandole un nuevo orgasmo. Le faltaba el aire. Quería escupir las bragas pero él lo impidió posando la boca sobre la suya, sorbiendo los jugos que empapaban la tela. Intentaba apartarlo de si con las piernas pero solo conseguía que entrase más profundamente en ella. Estaba en un orgasmo continuo. Los espamos la recorrían uno tras otro arrancándole las fuerzas.
Cuando retiró el miembro de su interior, sintió que un chorronde sus jugos lo seguía. Dos dedos lo reemplazaron en tanto retiraba las bragas de su boca. Quiso coger más aire pero, sin darle tiempo, el pene se introdujo entre sus labios. Succionó aquel vástago ardiente que, casi de inmediato, descargó en su boca los jugos que guardaba en su interior. Se atragantó con el semen entre las convulsiones de un nuevo orgasmo. Él rodó y se quedó tumbado boca arriba.

Sin embargo, a pesar de los múltiples orgasmos, ella no había terminado. Se tendió sobre él y tomó el pene en su boca mientras masajeaba, con la mano empapada de la mezcla de jugos, los testículos del hombre. Le introdujo un dedo en el ano y calló el gemido con un beso cargado de lujuria a la vez que le pellizcaba un pezón con la otra mano. Sintió como el pene crecía dentro de su boca y como su propio sexo volvía a mojarse. Introdujo dos dedos en su vagina e, impregnados del liquido viscoso, los llevó a la boca de él que los chupó con deleite. Los sustituyó por la lengua y saboreó sus propios jugos de la boca de su amante. Observó el pene, brillante por su saliva, del que brotaba un fino hilillo de liquido preseminal y se sentó sobre él introduciéndolo en la vagina ya encharcada. Agarró la cabeza del hombre por los pelos  y estirando de ella, le introdujo un pecho en la boca. Él se axfisiaba y buscaba aire forcejeando llegando con su miembro a lo más profundo de ella y eso la excitaba aún más. Acarició  el escroto inundado de sus jugos e introdujo dos dedos en el ano del hombre que dio un respingo llegando al último rincón de su vagina. Oleadas de calor invadían su interior y se sentía derretir derramándose a través de aquel falo que la penetraba. Él clavó los dedos en sus nalgas, apretándolas contra su pene e imponiéndole un ritmo frenético. Lo sintió crecer dentro de ella presionando sobre las paredes. Llevó la mano a su sexo. Cuando sus dedos frotaron el clítoris, un nuevo alarido escapó de su interior. Manoteó en el aire golpeando el pecho masculino mientras se dejaba ir a la vez que él derramaba en su interior su semen cálido y viscoso.
Quedaron agotados uno en brazos del otro tendidos en el suelo, los sexos ahogados en sus propios líquidos, los pechos buscando aire, los músculos rendidos...

7/2/16

LOCURA


¿Qué ocultas detrás de ti?
¿Por qué tapas mis ojos?
¿Por qué me atas?
Tampoco llego a entender porqué llevas las manos en la espalda. Te conozco y te adivino. Se que estás perversa hoy pero no intuyo de qué serás capaz. Percibo, eso si, tu excitación. Lo noto en tu respirar y en tu silencio. Empiezo a excitarme porque se que tú estás excitada. El olor de tu sexo me dice que estás mojada. Te acercas y percibo tu calor. Estiro el cuello tratando de besar tu piel, tu vulva que siento pegada a mi pero me lo impides empujándome con el pie. El fino tacón se me clava en el pecho dejando, estoy seguro, una marca en él. Protesto pero te ríes. Me besas y me a mordazas. Huele a ti, sabe a ti. Mi miembro responde y recibe la caricia incierta que no adivino. Algo agita el aire y un latigazo seco cae sobre mi espalda. El gemido brota de mi interior pero se ahoga en mi boca amordazada. Tu mano me acaricia dibujando con un dedo las marcas que, deduzco, dejó el látigo. El latigazo cae ahora sobre mis nalgas. Me retuerzo, gimo, vuelve otro azote, una lágrima brota de mis ojos y es tu lengua la que, ahora, recorre las marcas. Tiemblo, presa de una mezcla de dolor y placer. Mi excitación es extrema. Quiero tocarte, besarte, pero no puedo y eso me excita aún más. Cae de nuevo el azote seguido de tus caricias, de tus besos.
Mis sentidos están en máxima alerta. Me llega el sonido del látigo cortando el aire, estrellándose en mi piel, me llega tu respiración entrecortada, agitada, excitada y me llega el olor. El olor de tu sexo que testifica la suma excitación que te domina. Y todo este sentir acrecienta mi deseo, enciende mi ansia de ti y me hace olvidar el dolor de tu castigo. Mi excitación es tal que, cuando me abrazas, tu calor es un dulce bálsamo para mi maltrecha piel, siento que ya no tengo control sobre mi. Tus manos se apoderan de mi miembro, lo acarician, se extienden por toda la zona y aplican pequeños y picantes pellizcos en el escroto. Me falta el aire. Me estremezco, me retuerzo y mis ojos te suplican la liberación. No los miras. Te introduces mi miembro en la boca y lo rascas con los dientes presionando de cuando en cuando. Un escalofrío me recorre, un inmenso calor asciende por mi interior. Pero te das cuenta. No es aún el momento. Presionas su base con los dedos y paras. Azotas suavemente mi zona genital y me besas por encima de la mordaza. Quiero morder tus labios, acariciar tus pechos, introducir mis dedos en ti, pero no puedo. Mis ojos vuelven a suplicarte pero aún sin mirarlos, acercas tu sexo a ellos. Rosado, brillante, inundado de tus jugos. Tu excitación también es patente. Pequeños temblores te recorren y un ligero reguero de tu elixir desciende por los muslos.
Por fin me haces girar. La postura no es cómoda pero mi pene te mira desafiante. Pasas una pierna por encima mio y lo introduces en la vagina. Lo siento resbalar hacia el inmenso calor interior. Pierdo la respiración y la consciencia se me va por un momento. Tu cara, los ojos cerrados, la boca abierta, refleja el éxtasis que sientes. Jadeas cabalgando sobre mi. Los labios de la vagina aprietan mi pene y lo absorben una y otra vez. Mi placer es extremo pero tú, muy atenta a mis reacciones, paras el ritmo y aflojas la presión cuando me sientes a punto de estallar. El látigo sigue en tu mano. Surca el aire pero ahora se estrella contra tu espalda. El chasquido, sorprendentemente fuerte, es ahogado por la intensidad de tu gemido. Dos, tres... tu vulva estrangula mi pene. La locura me invade. Me falta el aire. Gimes sin parar, tiras el látigo, golpeas mi pecho con tus manos y clavas las uñas en él. Aflojas mi miembro y con una fuerte sacudida, derramas tus jugos sobre mi. Tenso los músculos, mi pene cabecea y te acompaño. Exploto con un sordo gemido y mi esperma se mezcla con tus jugos rebosando de ti e inundando las sábanas.
Estamos los dos rendidos y desmadejados. Te estiras sobre mi, casi asfixiándome con tus senos, para soltar mis manos. Acaricio tu espalda, tus nalgas. Mi miembro, aún dentro de ti, sigue totalmente erecto. Sacas la mordaza de mi boca y me lanzo sobre la tuya para besarla, lamerla, sorberla con toda mi pasión. Respondes suavemente. Estás calmada. Acaricio tus pezones, suave. Jadeas y, de pronto, los pellizco con fuerza, incluso, con algo de rabia. Gimes y te estremeces. Los beso cálidamente. Mi miembro no cede en su tersura. Cojo tu cabeza entre mis manos y te miro a los ojos con pasión. Sonríes e inicias un suave y cadencioso contoneo con tus caderas. Suave, suave... muy suave.

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Recorrí cada centímetro de tu cuerpo.
Dibujé cada pliegue de tu piel.
Mi lengua te abrazó dejando sobre ti un brillante vestido de estremeceres y temblores.
Toqué las cuerdas de tu sentir creando una canción de jadeos y gemidos.
Me emborraché con tu olor y sacié mi sed en tu elixir.
Ardí en el fuego de tu pasión y me axfisié en los estertores de tu placer.
Perdí el sentido en el éxtasis contigo. Abrazado a ti. Fundido en ti.
De ti saqué la fuerza para vivir. De ti comí y de ti respiré.
Y ahora, sin ti, no me voy a morir.