1/2/17

SI

Aquel cuerpo fresco, joven, casi infantil, me atraía como un imán. No podía evitarlo. Tampoco quería. Vivía dentro de mí. La suave piel de los muslos aparecía y desaparecía al ritmo de unos andares descarados y del bamboleo que provocaban en los cortos vestidos veraniegos; la firmeza de unas nalgas que, apenas cubiertas por la mínima braguita del bikini, yo deboraba con la vista durante las interminables sesiones de piscina; los pechos pequeños de rosados pezones que las tardes de siesta me habían ofrecido desnudos a través de la ventana abierta, velados apenas por las ligeras cortinas que la fresca brisa hacía bailar a su antojo; y la suave curva del vientre descendiendo hasta el monte de Venus que cien veces había entrevisto cubierto de sedoso vello.
Nos habíamos reunido todos en la vieja casona familiar de las islas para pasar aquellas cortas vacaciones y ello me estaba permitiendo no solo observar el objeto de mi deseo si no también, lograr una completa colección de fotografías de aquel cuerpo que me encendía la más oculta pasión y nublaba mi entendimiento. Pasaba las fotos de la cámara al móvil para encriptarlas. Nadie podía descubrirlas. Ella era mi pasión secreta, mi pecado. Si alguien, incluida mi esposa, descubriese esta obsesión por la joven hija de mi hermano, el escándalo estaba servido. Solo yo lo sabía. Solo yo disfrutaba de la visión de su cuerpo entre la pasión y la culpa. Comprendía que estaba mal, que era amoral y sin embargo, cada día acechaba sus movimientos para conseguir más y más fotos, para ver de ella todo aquello que el menor descuido por su parte me permitiese. Me remordía la conciencia, si, pero el deseo y la lujuria que su visión me provocaban la acallaban sin réplica alguna por parte de mi abotargada razón. Soñaba con ella y suspiraba porque un día se entregase a mi, por poder tener aquella piel entre mis brazos, acariciarla, besarla, sentirla vibrar, llevarla al goce total, hacerla disfrutar y lograr que se fundiera con la fiebre de la mía. Pero estaba paralizado. Nunca daría el paso necesario. La culpa, la verguenza o, tal vez, la cobardía me hacían mantenerme, ante ella y ante los demás, como se esperaba que lo hiciese un tío, un pariente en el que confiaban.
Aquel día había fiesta. Casi todos los adultos del pueblo participaban de ella a fin de llevar la ilusión y la felicidad a los más pequeños. También mi sobrina, mi mujer, mi cuñada, mi madre... Por ello, no volverían a casa hasta la madrugada o quizás el amanecer. Yo me fui a casa. Cené con mis padre y mi hermano pero  me retiré pronto a la habitación. Revisé las fotos conseguidas durante el día, muchas de ellas robadas, pasandolas al móvil mientras aprovechaba para ver, deleitandome, las que ya tenía guardadas.
Aquel cuerpo de mi obsesión se mostraba ante mis ojos por partes. Unas a través de la tela, otras desnudas. De nuevo recorrí sus ojos; los labios sensuales; la lengua sonrosada asomándose pícara entre ellos; los lóbulos de las orejas; el cuello; los pechos, uno y otro, cubiertos en parte, nublados por los visillos, desnudos al contraluz de las tardes cálidas y luminosas; las nalgas; los muslos a trozos, enteros, poco a poco y el sexo velado que si bien se ocultaba en su esplendor a la cámara, mi mente imaginaba supliendo con creces la realidad de la imagen. Y regresé a los ojos. Unos ojos que, desde la pantalla, me miraban brillantes, sonrientes, alegres... ¿provocadores? Dudé. Sería yo. Mis ansias, mi locura, me desataba la imaginación. Me dormí con ellos en la mente, con toda ella, con su cuerpo, con su risa y entré en un sueño agitado, un duermevela que me hacía sentirla a mi lado, tendida junto a mi, regalándome sus caricias y recibiendo las mías; me quemaba la piel allí donde soñaba que sus labios la besaban y me despertaba sobresaltado por el miedo y la culpa.
Y en aquella agitación vi entrar en la habitación la figura femenina envuelta en sedas, turbantes y velos propios del disfraz de la fiesta del día. La lógica, tan dormida como yo, me dejó creer que se trataba de mi mujer. Se acercó a la cama. Una boca cálida y húmeda se apoderó de la mía desatando mi deseo y logrando que le respondiera con avidez mientras unas manos buscaban mi piel, acariciaban mi torso y descendían por el vientre para que los labios, olvidados ya de los míos, ocupasen los espacios que ellas abandonaban. Predispuesto como estaba por los sueños, no tardaron en arrancarme gemidos que se convirtieron en un grito ahogado cuando se adueñaron del pene que, orgulloso, aceptaba el reto.
Para entonces, también mis manos buscaban entre las telas, y como podían, aquella piel ardiente que acariciaban recreándose en sus curvas, en sus valles, en sus pliegues arrancando, a su vez, susurros, jadeos, gemidos. Adivinaba acelerada a mi compañera, como si tuviese cierta prisa, un ansia desbocada que acrecentaba mi deseo tanto como el suyo que se reflejaba en... aquellos ojos!. Mi excitación estaba al máximo. También mi locura. Hice que se tumbara boca arriba sobre la cama, aparté el vestido torpemente y, colocándome entre sus muslos, me introduje en ella. Lanzó un pequeño grito pero enseguida me rodeó la cintura con las piernas acoplándo a la perfección nuestros movimientos. Tenía la mente tan nublada, todos los sentidos puestos en mi propio goce y en el placer de ella, que incluso noté unas manos posadas sobre mis nalgas empujando hasta hacerme llegar a lo más profundo de aquella gruta que estrangulaba mi virilidad. Grité, gritó, gritamos y estallamos los dos en un intenso orgasmo en el justo momento  que se encendía la luz y una mano de mujer retiraba el turbante de la cabeza de mi compañera. Mi sobrina me miraba con cara de satisfacción mientras la de mi mujer presentaba una sonrisa cómplice.
-¿Te ha gustado tu regalo de Reyes? -preguntó.

22/10/16

En el quinto


Es incolora, inodora e insípida. Casi imperceptible. Podías, incluso, estar rozándola sin notar su presencia.
Agua es mi vecina.
Lleva varios meses viviendo en el rellano y no se nada de ella. En ese tiempo, ni siquiera hemos intercambiado un saludo.
Viernes noche. Son las tres de la mañana cuando regreso de una fiesta en la que no me he divertido y nada me ha ido bien. La luz del portal está encendida y huele a perfume. Un olor cálido y excitante que, de inmediato, despierta  mi neurona. Oigo el roce de la puerta del ascensor tras la esquina de la escalera.
-¡Eh! ¡Por favor! -exclamo mientras giro.
Una mano femenina se pasea por delante de la célula y la puerta vuelve a abrirse. Entro a la carrera y lo primero que veo, lo único por ser más exacto, son dos tetas pugnando por escapar de un vestido cuya tela hace lo imposible por contenerlas. La impresión me deja paralizado, con la boca abierta y los ojos como platos.
-¿Puedes cerrar la boca y apretar el botón? -susurra una voz melodiosa- creo que vamos al mismo piso.
Me cuesta reaccionar por lo que es ella la que, aprisionándome contra la pared,  estira el brazo y pusa el botón del quinto. El calor de su piel se transmite a mi cuerpo que se agita sin control. Sonríe giñándome un ojo.
-Tu azoramiento me halaga -dice poniendo un beso en mi mejilla, muy cerca de la boca.
Tiene unos labios cálidos, húmedos y suaves pero mis ojos siguen perdidos en esas tetas que se agitan suavemente al respirar. Me está diciendo algo aunque no consigo oírla ¡Parezco bobo! Y bobo llego al quinto. Sale del ascensor y la sigo, pendiente ahora del movimiento del culo, hasta su puerta. Se gira enfrentándome.
-Yo ya he llegado -susurra colgándose de mi cuello y acercando su sonrisa a mi boca.
Al fin reacciono. Estiro de ella y la beso con toda la pasión que soy capaz en ese momento, que es mucha. Baja las manos a mis gluteos y me aprieta contra su vientre frotando, puesta de puntillas, su sexo contra la tensión del mío. Gime entre mis brazos mientras le beso el cuello, el nacimiento de los pechos. Desnudo uno de ellos deslizando el tirante del vestido. Lo acaricio con los labios, apoderandome de un  hinchado pezón al que regalo pequeños y suaves mordiscos. Ella no. Ella muerde con ansia mi hombro arrancando un quejido que muere en un gemir cuando su mano ágil penetra por la cintura del pantalón. Deslizo una de las mías por el interior de los muslos, hasta encontrar sus bragas mojadas. Gime profundamente separando las piernas pero sujeta mi osadía obligándola a retirarse.
Sin saber como, la puerta de su apartamento se ha abierto. Me empuja con suavidad y firmeza.
-Por ahora está bien -dice- Ya nos hemos conocido bastante y podemos seguir soñando.
El «clac» de la puerta al cerrarse y el taconeo de sus pasos alejándose, se clavan en mi cerebro dejándome en un estado se shock solo roto por el persistente sonido. No. No son sus pasos. Es el timbre del teléfono.
-¿Diga?...
-A ver Juan, ¡joder! ¿Vas a venir a la fiesta o no?

24/4/16

Nueva sensación



Alba se acercó muy lenta, con los ojos clavados en los suyos y una sonrisa en los labios húmedos y brillantes. Tomó su cara entre las manos, y le dio un apasionado beso en tanto una de ellas descendía a su pecho.
-¿Qué sig...
La voz se le quebró al sentir el firme pellizco sobre su pezón, la inmediata respuesta de este intentando romper la tela de la camiseta y la oleada de calor que la invadió humedeciendo, a la vez, su sexo. Cerró los ojos y abrió la boca en un gemido. Volvió a sentir los labios de Alba sobre los suyos, sus manos acariciándola toda y los dedos perdiéndose por la vulva totalmente empapada.
Para cuando quiso darse cuenta, estaba desnuda sobre el césped con la lengua de su amiga recorriendo el cráter de su sexo milímetro a milímetro. Se dejó ir. Nunca había sentido aquellas sensaciones, aquella intensidad. Notaba las caricias llegándole hasta lo más íntimo, hasta rincones que no conocía. Las oleadas de placer la sacudían una tras otra. Su vagina era fuego y un constante fluir de jugos que acababan en la boca de Alba. Una inmensa bola de calor ascendió a su cerebro. Arqueó el cuerpo tensando cada músculo, braceó en el aire buscando una nada a que agarrarse y, con un profundo gemido, explotó en el más intenso orgasmo que jamás había gozado.

14/4/16

Día de sexo

TENSIÓN

Trabajo en una conocida tienda de ropa, famosa también por sus precarias y leoninas condiciones laborales a las que la Jefa de Tienda en la que yo trabajo, hace meritorios honores.
Hoy no era mi día. Había perdido varias ventas y mi estado de ánimo estaba ya a "nivel suelo". Ahora mismo, atendía a una clienta de lo más pesada que me estaba sacando de mis casillas. Tenía los ojos de la Jefa clavaditos en mi y no sabia como salir del paso. Marta también me miraba. Quería ayudarme, lo sabía, pero no encontraba la forma. De pronto la vi venir casi a la carrera y agacharse bajo el mostrador. ¿...? Un segundo más tarde, unas manos hurgaban en mi cinturón y mi bragueta. Se me cayeron los pantalones y unos labios se adueñaron de mi pene que, restableciéndose de la sorpresa, comenzaba a reaccionar. Los labios de Marta lo succionaban, su lengua lo recorría de arriba abajo, sus manos lo acariciaban en un vaivén superexcitante. Se me escaparon un par de gemidos que debieron asustar a mi clienta porque se fue sin decir ni pío. Como es natural, Marta no se enteró de nada y siguió con su "labor". Mi pene crecía más y más llenando su boca cálida y húmeda. Se deslizaba dentro de ella, hasta la garganta produciéndome un placer inexplicable. Me temblaban las piernas pero no podía moverme así que me aferre al mostrador con los nudillos blancos por el esfuerzo. Y en estas apareció Clara, mi vecina. Treinta años. Soltera,. Escultural. Simpática y...
-¡Hola Juan! ¡Me alegro de encontrarte a ti. Verás... ¿Pero qué te pasa? Te veo congestionado.
-¡Ho...hola Clara! Na...na...nada. No me pasa nnnada. Tú..tú me dirás.
-¿Yo te diré? Parece que te va a dar un jamacuco, tío. No se. ¿Llamo a alguien?
-¡Nooooooo! ¡joder! ¡¡no!!
-¿Entonces?
Le hice un gesto para que se acercase.
-Verás. Hay una compañera debajo del mostrador que me está haciendo una mamada.
-¡Anda ya!  -se rió- Me llevo esto. ¡Menuda salida! -y se fue con dos blíster de medias con braguitas a juego.
Dejé caer el torso sobre el mostrador apoyado en un brazo, apreté los dientes para no gritar y me derramé a chorros.
Cuando la jefa se distrajo un momento, hice un gesto a Marta que salió corriendo guiñándome un ojo.

LA CHARLA

A partir de ahí, la mañana fue mejor. Hice varias ventas y, verdaderamente, sentía otro karma. No obstante, cada vez que me cruzaba o miraba a Marta, un ramalazo de calor sacudía mi entrepierna. Desde luego, había sido una verdadera sorpresa. Le debía una.
Faltaba una hora para el descanso de la comida cuando oí mi nombre por megafonía:
-Señor Beltrán, acuda a la oficina de personal.
¿Y ahora? Marta buscó mis ojos en una pregunta muda. Le dediqué un encogimiento de hombros.
-Pasa Juan. -La jefa estaba sentada, indolente, sobre la silla giratoria. La falda, muy corta, dejaba al descubierto sus muslos y la blusa mostraba el borde del sujetador negro.- Quiero hablar contigo.
-Usted dirá -dije acercándome.
-Primero, no me hables de usted. Somos casi de la misma edad y lo hace todo muy formal.
-No se. Usted... tú eres mi jefa y me parece que...
-Te lo pido por favor. Ser tu jefa no es más que una circunstancia. Bueno, veamos... ¿Te ocurre algo Juan? La última semana has bajado en ventas y te veo muy nervioso, no se. Como si no estuvieses a gusto con nosotros ¿Es así? ¿Puedo hacer algo por ti?.
Acabó de hablar a la vez que soltaba el moño que recogía su pelo y sacudía su melena ¡Joder! Era más guapa de lo que pensaba y estaba muy buena. Me azoré. No se por qué, pero me azoré.
Se levantó y se acercó a mi. Olía a flores y a miel. A abeja reina, pensé. Llevó una mano a mi nuca.
-Juan -dijo estirando de mi hacia ella- Mi primer objetivo es ayudaros -Acerca su cara a la mía y pone un beso en mi boca.
Es un beso húmedo, ardiente, sexual. Sus labios carnosos, se aprietan y se deslizan sobre los míos. Saben a fresa. Su lengua se adentra en mi boca para buscar la mía. Cuando nuestros cuerpos se encuentran, el bulto de mi pene presiona contra su vientre. Se pone de puntillas para notarlo más abajo. Llevo mis manos a sus nalgas y la ayudo elevándola a la vez que la aprieto contra mi, contra mi virilidad. Echa la cabeza hacia atrás. Le beso el cuello, la curva de los senos. Se le escapa el primer gemido. La levanto y la siento sobre la mesa con la falda enrollada a la cintura. Descubro sus pechos para chupar, lamer y morder los acerados pezones. Gime. Se retuerce. Se deja caer sobre la mesa
Con una mano masajeo sus tetas mientras con la otra desabrocho el cinturón y libero mi pene que salta como un resorte. Lo toma en la mano y lo dirige a su gruta, aún tapada por unas bragas que dibujan una enorme mancha de humedad. Las aparta con la otra mano y pone el glande sobre el orificio de su vagina. Empujo. Mi miembro entra suavemente frotando los hinchados labios. Grita y se estremece. Le acaricio el clítoris hinchado y endurecido. Se retuerce. Palmotea sobre la mesa. Rodea mi cintura con sus piernas para llevarme hasta lo más profundo de ella. Un temblor nace en mi muslo izquierdo avanzando hacia mi sexo. Se me entrecorta la respiración y me falta el aire.Tensa su cuerpo. Lo arquea apoyando solo la cabeza en la mesa. Me tenso con ella. Salta hacia mi abrazándose a mi cuello y los dos estallamos en un profundo orgasmo. La apoyo de nuevo en la mesa y me derrumbo encima de ella. Me acaricia la cabeza. La beso en la boca, en el cuello, en las tetas... mientras siento mi pene aflojarse dentro de aquella gruta inundada. Me empuja suavemente y salgo de ella.
-¡Uffffff! -exclama mientras se limpia de jugos- ¡Ha sido tremendo!
Me visto y al salir por la puerta me dice:
-Juan, deberíamos hablar más a menudo. Recuerda que estoy aquí para ayudaros.


COMPENSACIÓN

Marta me ve salir del despacho de la jefa. Se da cuenta, naturalmente, de mi agitación y surge la pregunta muda.
Me encojo de hombros. No le vale. Vuelve a preguntar, esta vez con gestos. Con gestos le respondo que luego le explico. Faltan diez minutos para que paremos a comer.
-¿Qué?¿Qué ha pasado? ¿Qué te ha dicho? -me pregunta cuando paramos- ¿Te ha metido una bronca? ¡Cuenta! ¡Venga! -está ansiosa.
-Me ha echado un polvo.
-¿Qué? ¡Tú alucinas!
-Para nada. Me ha dicho que está para ayudarnos. Me ha besado. Se me ha insinuado...y hemos echado un polvo. Eso ha sido todo.
Se ha puesto roja como un tomate ¿De vergüenza? No creo. ¿De rabia? La miro a los ojos. No se. Percibo que está enfadada. Se calla y permanece muda mientras vamos al restaurante. Pedimos dos ensaladas y nos sentamos en una mesa.
-¿Te parecerá muy bonito, no? ¿Y yo, qué?
-¿Tú? Marta...
-¡No! -me interrumpe- ¡Nada de Marta!... y no mal interpretes ni te hagas pajas mentales. Lo de antes lo hice porque si. Para "distraerte". Me gustó mucho a mi también y me lo pasé muy bien. Eso es todo. Pasarlo bien Juan. Pero quiero calidad.
Bueno. La chica no podía ser mas clara lo que, sin duda, era de agradecer.
De vuelta a la tienda la cojo de la mano.
-Ven -le digo guiñándole un ojo e introduciéndola en un pequeño vestidor del pasillo.
-¿Qué haces? ¡No tenemos tiempo!
-Calla -digo besándola ardientemente- el tiempo es relativo. La calidad no.
Acaricio sus nalgas por debajo del vestido girando poco a poco las manos en busca de sus ingles a la vez que mi boca desciende por el cuello hasta los pechos que se mueven agitados por una respiración entrecortada. Cuando las manos llegan a su vulva, abre las piernas para facilitar la caricia. Paseo mis dedos por los labios presionando con uno de ellos en su abertura para provocar la salida de jugos. La tela del tanga se va humedeciendo. Está muy caliente ahí abajo. Localizo el clítoris y lo frotó por encima de la tela. Gime sobre mi boca. Me muerde abrazándose muy fuerte a mí. La tumbo sobre un pequeño sofá que hay en la estancia, levanto su vestido y estiro del tanga desnudando su gruta húmeda y ardiente. La acaricio. Separa las piernas. Me arrodillo e introduzco la cabeza entre los muslos. Gime. Balbucea. Dejo que mi aliento se extienda, cálido, por su sexo. Separo los labios y soplo suavemente sobre la entrada y el clítoris. Se retuerce. Aprieta los muslos sobre mi cabeza y, con una mano, la empuja de golpe contra su vulva. El olor acre de su sexo me invade. Me excita llenándome de deseo de darle placer, de volverla loca.
Introduzco la lengua en su vagina. Lamo las paredes, los labios, punteo sobre el hinchado botón. Chilla quedamente. Engarfia los dedos sobre mi cabeza. Se arquea. Centro mis caricias en el clítoris endurecido e introduzco dos dedos en aquel volcán. Con la otra mano acaricio sus pechos pellizcando los pezones por encima de la tela. Sus jugos manan sin cesar. Tiene espasmos. Retiro los dedos y degusto el néctar que rezuma de su interior. Abre y cierra los muslos golpeando mi cabeza. Balancea la pelvis de un lado a otro, de arriba abajo, buscando el mayor contacto, la mayor profundidad. Llevo los dedos impregnados de jugo a su boca e introduzco otros dos en su vagina. Gime y lame con verdadero deleite. Eso la lleva a moverse con mayor rapidez. Meto y saco los dedos de su cueva a un ritmo loco, a la vez que con el pulgar masajeo el duro botón con movimientos circulares. Abre las piernas hasta lo imposible, se tensa, arquea todo el cuerpo y con un aullido animal, estalla inundando mi mano y sus muslos de líquido viscoso y caliente. Se queda muy quieta por un momento. Ni siquiera respira. Tiene los ojos en blanco, la boca abierta. De pronto, suspira. Su cuerpo se relaja y una nueva bocanada de jugo moja mi mano y el sofá.
La beso, la calmo. Sonríe. Jadea.
-¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Una hora? ¿Un día? -pregunta- ¡Jamás me habían masturbado de esta manera. Menuda comida! ¡¡Dios!! Toma -me da el tanga- Te lo regalo. Ahora mismo no puede tocarme nada ahí abajo.
Nos besamos y nos vamos a trabajar.


DESCANSO

¡Por fin termina mi jornada! La jefa lleva más de una hora encerrada en su oficina con un tipo que vino preguntando por ella. Marta se va a la bolera con un grupo de gente. Yo, a casa.
A punto de entrar en el portal, Clara sale del bar de enfrente.
-¡Juan, espera!
Cruza la calle a la carrera y me da un beso en la mejilla. Suave pero cálido. Solo uno.
-Oye, lo que me dijiste en la tienda...¿era verdad?
-Si. Lo era. Estaba pasando en el lugar y en el momento.
-¡Y lo sueltas así! ¡Tan tranquilo!
-¡Joder Clara! ¡Querías llamar a alguien! Imagina que me pilla mi jefa.
A todo esto, hemos llegado al rellano. Cada uno saca las llaves para abrir la puerta de casa.
-Juan -me dice casi en un susurro- ¿Quieres ver cómo me quedan las medias que me llevé?
Su casa es un reflejo de la mía. Me toma de la mano y me lleva al dormitorio.
-Espera -me dice y desaparece tras la puerta del baño.
Reaparece a los dos minutos totalmente desnuda. Las puntas del pelo acarician unos pezones desafiantes que rematan unos pechos turgentes y firmes, el vientre liso, las curvas de las caderas introducen unos muslos largos y suaves que cierran su vértice sobre una vulva sonrosada adornada por un fino triangulo de vello en el pubis.
Sonríe incitadora y me lanza un blíster de medias y un sujetador de encaje.
-Toma -dice acercándose hasta tumbarse en la cama con los pies en el suelo.
Saco una de las medias y la enrollo. Le cojo un pie. Beso sus dedos, la planta, el empeine. Apoyo la media y la subo despacio, cubriendo la piel que voy besando y lamiendo. El tobillo, la pantorrilla, la rodilla, van quedando cubiertas por la seda rosa de la media. Acaricio su muslo con besos cortos, pequeñas succiones que le arrancan suspiros, y lo cubro con la media. Repito con la otra pierna. Cojo las braguitas, también de suave color rosa. Las voy subiendo muy despacio. Paro allá donde acaban las medias. Lamo los muslos. Ahora uno, ahora el otro. Llego a su sexo. Gusto los jugos que rezuma. Beso los labios, el clítoris. Introduzco la lengua en aquella raja sonrosada y cálida. Se arquea. Se estremece. Gime e intenta apretar mi cabeza con una mano. No le dejo. Por el contrario, la retiro y, de un tirón, cubro su ardor con las bragas. Intenta quitárselas pero aparto sus manos con firmeza. Sigo besando el vientre. Juego con la lengua en el ombligo antes de ascender hasta los pechos. Los lamo. Los mordisqueo. Se retuerce. Dibujo las oreolas con la lengua y chupo los pezones duros y tiesos. Grita. Cubro aquellos inflamados pechos con el sujetador y paso sus brazos por los tirantes mientras beso sus labios cálidos y jugosos. Los chupo. Los absorvo, los muerdo mientras ella se estremece, me abraza con sus piernas, araña mi espalda...
La hago girar boca abajo y aparto su pelo para besar el cuello, la nuca. Clara es ya un susurro constante. Está muy excitada. Frota su pubis contra las sábanas y he de colocar el peso de mi pecho sobre sus nalgas a fin de evitarlo. Beso su espalda. Lamo su columna vertebral. Cierro el broche del sujetador. Llego a su cintura, a las nalgas prietas que acaricio, beso y muerdo. Aparto la tela de las bragas para meter desde atrás, dos dedos en la vagina ardiente y perfectamente lubricada. Chilla de placer. Salgo de ella para coger una blusa y una falda del armario. Con suavidad, le pongo la blusa.Gira la cara mirándome. Hay lágrimas de placer en sus ojos.  Vuelvo de nuevo a su gruta con roces y besos muy suaves. Se agita y llena mi boca de jugos. Me retiro. Subo la falda hasta su cintura donde la dejo enrollada. Me tumbo encima de ella, aparto las bragas a un lado, coloco mi miembro en su gruta y la penetro de un solo golpe. Aulla. Levanta el culo. Aprieta las nalgas. Me estrangula el pene. Una oleada de placer me invade. Clara mueve su culo de un lado a otro gimiendo, sollozando, chillando. No aguanto más. Envisto aquellas nalgas con toda mi fuerza y, uniendo nuestro aullido, nos derramamos los dos a un tiempo.
Al rato nos levantamos. Le acaricio el pelo. La beso y abrocho la blusa mientras ella introduce mi pene en el bóxer y cierra la bragueta. Baja la falda. Ambos nos reímos al vernos completamente vestidos.
-¿Y ahora? -pregunto- ¿Cenamos?
-Después de la ducha ¿vienes?

CENA Y POSTRE

Ya duchados, Clara se puso una bata de seda y a mi me prestó un albornoz que, aunque grande, me iba un poco escaso, fuimos a la cocina, preparamos unos filetes, una ensalada y nos pusimos a cenar con una botella de vino.
Charlamos animadamente, nunca habíamos tenido una conversación y, como no, comentamos lo sucedido.
-Me ha encantado Juan -dijo ella- Ha sido un punto eso de ir al revés. Muy excitante.
-Ya lo creo. Te quedan muy bien las medias. También las bragas. Pero estabas preciosa vestida. Igual que en bata.
-A ti también te queda muy bien el albornoz -se río- Aún tengo otro blíster sin abrir.
-Si. Lo se. Oye...¿algo de postre?
Miro en la nevera. ¡Vaya! ¡Bombones de licor!
-¿Quieres? -le pregunto rozándole los labios con uno.
Abre la boca. Dejo que lo chupe y lo retiro. Lo llevo a la mía y lo lamo. Se lo vuelvo a acercar. Vuelve a abrir la boca pero estira la mano y me lo arrebata. La bata se ha deslizado mostrando gran parte de sus pechos. Se mete el bombón en la boca. Lo sujeta con los dientes y me lo muestra. Me lo ofrece. La abrazo. Acerco mi boca a la suya. Muerdo el bombón y aprieto mis labios a los de ella. El licor salpica. Escurre por nuestras barbillas y varias gotas se derraman sobre sus pechos. Nos besamos lamiendolo. Repetimos. Tres, cuatro, la aparto. El líquido resbala por sus tetas desnudas. Lo lamo. Tomo otro bombón. Acaricio con él su pecho y lo hago estallar sobre el pezón que se inunda de néctar. Succiono. Clara se estira. Me ofrece sus tetas. Gime y chilla de placer. Su excitación es total. Se desprende de la bata y ella misma estalla bombones sobre su piel. Los regueros corren hacia su pubis. Me arrodillo para recoger el licor en su copa. El olor que emana su sexo me marea. Mi pene, totalmente erecto, reclama su parte en el juego. Las manos de Clara lo impregnan de chocolate derretido mientras lo masajean. Gime. Me tenso. Estoy a cien. También ella. Nos tumbamos e iniciamos un sesenta y nueve.
En cuanto le intruduzco la lengua, Clara se arquea, emite un gruñido con mi pene en la boca y estalla sobre la mía. Aún así, sigue chupando y lamiendo con ansia, con verdadero deleite. Introduzco dos dedos en ella y lamo su clítoris duro e hinchado. Se mueve atrás y adelante. La pelvis. La boca. Me enloquece. No puedo aguantar más. Mi pene crece en su boca, cabecea. Mi cuerpo se tensa pero ella no quiere que acabe. Presiona la base de mi miembro y lo retira de su boca. Me hace girar boca arriba para sentarse sobre mi e introducirselo ella misma hasta el fondo de su vagina. Se queda quieta un instante con los pechos, brillantes y pegajosos por el licor, desafiándome con la dureza de sus pezones. Suspiro. Los acaricio. Los aprieto. Se pegan a mis manos. Clara inicia un suave vaivén. Lento. Muy lento. Presionando fuerte la caña de mi miembro. Se recuesta sobre mi y me besa. Con pasión. Con furia. Aumenta el ritmo. Más. Más rápido. Eleva el torso y comienza un furioso movimiento circular. Es la locura. El pene roza las paredes de aquella ardiente cueva. O, más bien, son ellas las que se deslizan rodeando el inflamado mástil. Grito. Busco aire. Sus manos golpean mi pecho. Estrujo sus nalgas. Gime. Bracea en el aire. Cierra los ojos y se derrumba sobre mi con un grito animal. La acompaño derramando dentro de ella borbotones de líquido que se mezcla con el suyo y, juntos, rebosan de la vagina empapando el suelo que nos acoge.
Nos falta el aire. Respiramos a estertores. Nuestros cuerpos, incapaces de moverse, están fundidos, temblando. Lentamente nos incorporamos y, abrazados, nos quedamos sentados en el suelo recuperando la respiración.
-¡Qué polvazo! - exclamo con voz trémula.
-¡Qué polvazo! -responde en un susurro quedo.

LA NOCHE

Ya relajados nos vamos a la ducha. Esta vez es tranquila, pausada. Dejamos que el agua caliente corra por nuestra piel. Nos besamos. Nos acariciamos. Recorremos cada centímetro, cada pliegue. Luego, ya secos, nos metemos en la cama dejándonos acariciar por la suavidad de las sábanas de satén. Un roce sensual que nos anima a acariciarnos, a besarnos, a excitarnos poco a poco, sin prisas. El deseo va creciendo y manifestándose en nosotros. Y de nuevo tengo el pene erecto. La humedad va apareciendo en la entrepierna  de Clara. Busco sus ojos. Con mucha suavidad, así de costado, me intruduzco dentro de ella. Sonreímos. Es una sonrisa cómplice. Nos entendemos y, casi sin querer, nos dormimos de esa manera.
Mi sueño es agitado. A veces despierto con los suaves gemidos de Clara. A veces con los míos. Otras es el cabeceo de mi pene lo que me desvela. En una ocasión, siento algo cálido en mi muslo. Palpo. La sábana está mojada. Empapada de jugos míos y de ella que se agita a mi lado. Aparto la tela que nos cubre y observo sus pechos desnudos a la luz del amanecer. La cara relajada por el sueño, el pelo extendido sobre la almohada, las manos en el regazo, las piernas recogidas. Esta verdaderamente hermosa. Beso un pezón. Gime, estira las piernas y retira las manos mostrando el sexo. Beso el otro pezón y abre las piernas. Acaricio su vulva. Sonríe sin abrir los ojos. Está húmeda. Pruebo a introducir un dedo. No. No está húmeda. Está mojada.
Mi pene acusa el descubrimiento y, como un resorte, se pone recto. Suspiro. La abrazo. Me tiendo encima de ella y lo introduzco en la cueva cálida. Clara no se mueve. No abre los ojos. Suspira. Me deja hacer. Su vagina abraza mi miembro. Me invita. La beso. Entreabre los labios pero no responde. Me muevo muy lento. Muy profundo. El placer acude de forma clara. Me recorre por dentro, alcanza mi cerebro, se manifiesta en mis testículos. También invade a Clara. Su respiración se entrecorta, su calor aumenta, su vagina es ahora un mar de jugos que inunda su vulva. Pequeños gemidos acompañan mi vaivén. Una corriente asciende hasta romper en mi cerebro. Mi pene crece, cabecea y estalla justo en el momento en el que Clara, gritando, se abraza a mi cuerpo con brazos y piernas en un estallido de jugos.
Un rayo de sol entra por la ventana dañando nuestros ojos. Nos abrazamos y cubrimos nuestras cabezas la sábana.

DESPERTAR

Ummmm... Un cosquilleo recorre mi entrepierna. Un placentero sopor inunda mi cuerpo. Siento mi miembro erecto, húmedo, cálido. El placer me invade. Aún con los ojos cerrados, intento tomar conciencia de donde estoy. La luz. Una cama. Ummmmm.... Alguien lame mi pene. Clara. Arriba, abajo. Una boca lo acoge. Cálida. Húmeda. Abro los ojos. Una melena rubia se mueve entre mis piernas. Unos ojos verdes me miran. ¿Marta? Doy un salto. Marta me mira con cara de asombro, totalmente desnuda y con una mano en su sexo. Clara, también desnuda, entra en la habitación. Ambas se miran y estallan en una carcajada. Mi cara, estoy seguro, debe ser un poema. Es Clara la que habla.
-Oí el timbre. La chica había venido a buscarte, me dijo quien era y la invité a despertarte ¿Te molesta?
-Después del ajetreo de ayer -ahora habla Marta- pensé que te vendría bien salir a comer por ahí. Algún pueblecito de la sierra, tal vez. ¡Oye! ¿Puedo seguir? Estaba disfrutando mucho.
Miro mi pene que, a pesar de la sorpresa, sigue tieso y desafiante. Me encojo de hombros.
-¡Me añado! -dice Clara.
Marta vuelve a ocuparse de mi pene y Clara, tumbada bajo ella, comienza a besarle y lamerle la vulva. Giro y recoloco mi cuerpo para poder llegar al sexo de Marta, totalmente empapado con sus jugos y la saliva de Clara. Combinamos su lengua y mis dedos para lamer, besar y acariciar todos los rincones de aquel sexo ardiente. Entramos, salimos, aceleramos, paramos... Marta se deshace. Gime ahogándose con mi pene en la boca, tiembla, se retuerce proporcionándome un placer inmenso y profundo. Dobla el cuerpo, lo tensa y se deja ir en un orgasmo que nos inunda. Se queda, como ayer, totalmente quieta y a los pocos segundos, relaja el cuerpo tragando mi miembro hasta lo mas profundo, y vuelve a derramarse en la boca de Clara a la que sorprende y hace toser con aquella nueva oleada de jugos.
Tras eso, se sienta sobre mi metiéndose el vástago en su vagina. Gime sin parar, atrapada en una ola de placer que la domina y la vence. Clara va un poco despistada. La llamo y la hago sentar sobre mi cara para acariciarla con la boca. Están ambas frente a frente. No puedo verlas pero siento sus jugos en mi boca y en mi sexo. El placer me sacude a oleadas y no tardaré mucho en rendirme a él. De hecho, de no haber tenido un día tan "ajetreado" hacia ya tiempo que me habría vaciado sobre Marta.
Mientras tanto, ellas se abrazan y se besan, juegan con sus tetas, se acarician, se pellizcan una a la otra los pezones. Oigo los gemidos ahogados en las bocas que se funden. Imagino los roces de la piel, de las manos, de los labios y mi miembro crece y se aprieta contra las paredes de la ardiente vagina que lo asfixia. Ellas ajustan al fin sus ritmos, se mueven de la misma manera una en mi boca, otra en mi sexo. Empujo la lengua lo más profundo que puedo dentro de Clara y, a la vez, mi mástil en  Marta a la que, estirando de cada musculo de mi cuerpo, entrego mi esencia inundándola de esperma que brota de mi a borbotones. Ella se tensa, arquea el cuerpo, estruja mi miembro y con una sacudida y un grito desgarrador deja fluir sus jugos en otro profundo orgasmo. Clara aprieta los muslos contra mi cabeza, se lanza hacia mi pene que, chorreante, cabecea fuera ya de Marta, y al introducirlo en su boca, derrama sobre la mía su esencia cálida y sabrosa mientras Marta, tumbada a mi lado, disfruta de la segunda parte del orgasmo.
Cuando al fin nos relajamos, pasa ya de la una pero, tras el día y la noche de sexo, me invade un profundo sopor y un notable cansancio. Creo que también a Clara.
-Y ahora...¿qué hacemos? -pregunto en un susurro.
-Pues...podemos ducharnos, vestirnos y salir a comer a la sierra -propone Marta- Se os ve cansados.

13/4/16

Turno de tarde


Tengo una nueva compañera. Alguna vez la había visto por la zona pero este fin de semana nos ha tocado trabajar juntos.
-¡Hola! Soy Anne -se presenta- Nunca he trabajado aquí así que tendrás que decirme qué se hace.
-Pues...¡hola! Soy Markel. Un placer. -le tiendo la mano que ella toma con firmeza- Verás, lo primero es buscar el momento y el lugar para tomar un café. Luego relajarnos. Sobre todo, relajarnos y esperar que sea una tarde tranquila en la que no pase nada. Eso si, siempre con el móvil y el avisador de alarmas muy cerca.
-¡Toma! Yo había venido mentalizada para currar y ¡mira tú! ¿Cuándo tomamos ese café?
-Diez minutos más tarde de que se vayan estos "pelmas" -dije señalando a nuestros compañeros- Yo elijo el bar y tú pagas. Eres la nueva.
Tomamos café y pasamos la tarde hablando de mil cosas. Anne era muy abierta, alegre, simpática y tenía una conversación fresca y amplia. Nos reíamos un montón así que el tiempo volaba.
En un momento de la tarde y por "matar el rato, yo estaba revisando una entrada para mi blog y subiendo una foto de corte erótico. Se asomó descaradamente.
-¿Qué haces? ¡Vaya, vaya!
Le di la tablet.
-Es mi blog -aclaré- Me gusta escribir cosas. Relatos, poemas, pensamientos... cosas.
-¿Eróticos?
-También. El erotismo me gusta. Simple y sencillo ¿Qué?
-Nada -respondió- Yo no digo nada. No sin leerlo ¿Te importa que anote la dirección? Aunque te advierto que si te leo, te criticaré.
-Me encantará que lo hagas. Conocer tu opinión y tu punto de vista.
Poco a poco paso la tarde. Al acabar el turno, le ofrecí ir a tomar algo. Me dijo que venían unos amigos a buscarla y con ellos se fue.
Domingo.
Llego al aparcamiento. Anne está de pie junto s su coche. Camisa blanca y pantalón vaquero ceñido. Muy atractiva. Me saluda con la mano pero no me espera. Camina delante mío para hacerme ver, estoy seguro, el balanceo de sus caderas, la redondez de sus nalgas, su sensual figura, la melena de color caoba suelta hasta los hombros. El pantalón se ajusta a su culo y a los muslos cincelándolos pero la camisa le estira un poco en la cintura. ¡Treinta y nueve muy bien llevados! Imagino... o mejor no imagino nada. Empiezo a notar una cierta "presión".
En la oficina se mantiene discreta, apartada mientras los compañeros van haciendo el cambio de relevo. Atenta a sus obligaciones.
-¿El café de hoy, también lo paga la nueva? -pregunta cuando han acabado.
-Nos lo podemos jugar a piedra, papel o tijera -le respondo pero, al ver la expresión de su cara, añado: -Déjalo, ya invito yo hoy...pero ¡me debes uno!
Camino de la cafetería se cuelga de mi brazo. Huele muy bien y su cuerpo me transmite un calor relajante.
-He leído algo de tu blog. Me gusta en general. Sobre todo es fácil creerse los personajes, las situaciones, identificarse con la historia.
-Me alegra que te guste -dije- ¿Algo en especial?
-Un par de cuentos y otro par sobre parejas -contesta sonrojándose casi imperceptiblemente.

De vuelta a la oficina, acerca una silla y se sienta cerca de mi. La nube de su perfume me envuelve y me llega, tenue, el calor de su piel. Tres botones sueltos en la camisa dejan ver un sugerente canal entre los pechos.
- Y lo que escribes ¿de dónde sale?
-¿Salir? No se. Está ahí. Surge. Es el día día. Solo hay que escribirlo, tal vez mezclarlo. Llevarlo al papel a través de unos personajes.
-¿Y lo erótico? -pregunta retrepándose en la silla- ¿Predicas o prácticas?
El movimiento ha creado un hueco en su camisa dejando a la vista un bonito sujetador granate ribeteado de encaje negro.
-Siempre, -contesto dibujando con la llema de un dedo el contorno del sujetador- siempre es más fácil decir que hacer. Veo que te gusta el rojo. ¿ El pelo también lo tienes rojo?
Se tensa sorprendida por la pregunta y hace un pícaro mohín con los ojos.
-¿Quieres verlo?
Se acerca y me da un beso tórrido y apasionado en los labios. Animado por la caricia, bajo la mano hasta el vértice de sus muslos. La para.
-He dicho ver, no tocar. ¿Vienes arriba?
Arriba hay una sala de reuniones con una gran mesa y sillas.
- Si. Ahora. Pongo todo esto en automático y voy.
Cuando llego está sentada sobre la mesa. Se levanta mirándome a los ojos. Desabrocha la camisa y empieza a besarme el pecho. Lame y mordisquea mis pezones haciéndome gemir mientras desabotona el pantalón buscando el pene que la recibe desafiante. Desciende poco a poco por mi cuerpo hasta tomarlo en sus labios. ¡¡Ufffff!! Me tenso. Una oleada de placer golpea mi cerebro. Anne me acaricia con lentitud y calma. Recorre mi miembro con la lengua, con los labios, con las manos, a la vez que sus ojos buscan mi mirada. Tiemblo. Sabe muy bien lo que hace y ahora sus manos sujetan mi culo para hacerme llegar más adentro. El placer me envuelve pero no es eso lo que quiero. Tomo su cabeza entre mis manos para hacerla levantar y besarla en la boca antes de tumbarla sobre la mesa y después de haber liberado sus tetas que acaricio y chupo con glotonería. Ahora gime ella. Se arquea. Aprieta mi cabeza sobre sus pechos. Jadea. Respira entrecortadamente. Me separo y protesta, pero no cedo. Suelto el botón de sus vaqueros estirando de ellos y de sus bragas granate y negras para desnudar un sexo perfectamente rasurado y brillante de humedad. Gime levantando las nalgas de la mesa. Está muy excitada. Y muy mojada. El olor del sexo, que se mezcla con el perfume, hace palpitar mi pene erecto. Introduzco la cabeza entre sus muslos para degustar la flor rezumante de néctar. La beso. Succiono los labios y el clitoris. Anne se retuerce. Toda ella es un gemido. Ligeros espasmos la sacuden y no me atrevo a meter mis dedos en aquella gruta ansiosa porque temo que se vacíe antes de tiempo. Le doy un ligero respiro mientras estiro de ella hasta sacar sus nalgas de la mesa y sujetarlas con mis manos. Quiero ser yo quien controle sus movimientos. Apoyo el glande en su vagina y empujo introduciéndolo muy despacio. Intenta mover el culo pero no puede. Protesta y chilla pero es en balde. Mis movimientos son lentos, pausados, muy profundos. La enorme cantidad de flujo que ella genera hace que el vaivén sea suave, cargado de sensaciones. El calor y el olor enervan los sentidos y elevan el placer a la locura. Y, también gimiendo, aumento el ritmo. Siento que mis piernas se debilitan, aprieto las nalgas con toda mi fuerza e impongo un ritmo loco, frenético, desencajado. Busco los ojos de Anne pero todo lo veo borroso. La oigo gemir, suspirar, sollozar... no se. Una intensa corriente, casi dolorosa, se forma en mis muslos y asciende como un rayo hasta mi cerebro. Oigo el grito agudo de Anne, al que me que uno, y me derramo a oleadas en su interior a la vez que ella entrega todo lo que le queda dentro.
Al final me han fallado las piernas y estoy de rodillas en la moqueta. Anne, aún conmigo dentro, está abrazada a mi cuello con las piernas flexionadas. Jadeantes, nos dejamos caer al suelo para ir recobrando la respiración y la tranquilidad, aunque Anne aún sigue teniendo pequeñas convulsiones de vez en cuando.
-¡¡¡Buffffff!!! -exclama- No me hables, no me toques, no me mires o no pararán. ¡Joder! ¡Menudo polvo!
-Si -afirmo con voz tremula- Estupendo.
-No me apetece pero recuerdo que estamos trabajando ¿Tienes gel y una toalla?
Son las seis. Anne tiene que ir a otro departamento hasta las nueve. Nos vendrá bien para "relajarnos" y recuperar la cordura. Cerca de las nueve encargo unos platos combinados. He pensado en cenar algo ya que estamos de turno hasta la media noche. Anne vuelve un poco azorada y con las mejillas arreboladas.
-He encargado algo para cenar ¿qué tal?
Se pone aún más roja. Mi imagen se llena en un segundo de imágenes recientes y mi pene presiona contra la tela.
Nos sentamos a cenar en un silencio tenso ¿Solución? Contar anécdotas del trabajo para acabar de cenar entre bromas y risas.
-¿Quieres algo más? -pregunto.
-Si. Tú.

Me besa. Su lengua traspasa la barrera de mis dientes y baila con la mía. Busco sus tetas con las manos. La ropa va cayendo y, entre besos y caricias, subimos arriba.
-Esta vez vamos más tranquilos -me pide.
Sonríe. Sus labios húmedos, carnosos, ardientes, recorren despacito los míos. Los rozan, los presionan, los succionan. Van de acá para allá. Cada roce es una profunda sensación reflejada en mi pene que cabecea en sus manos. Me centro en sus besos. Un calor profundo me invade y mi cuerpo se entrega a una placentera languidez. Creo que esta mujer es capaz de llevarme, y llevarse, al orgasmo solo con besos.
Estoy ardiendo. Igual que ella. Excitado. Igual que ella. Mi pene babea y su gruta rezuma jugos que la empapan. Gemimos mirándonos y volvemos a los besos profundos. Acaricio su vulva. Se estremece y gime en mi boca. Responde paseando la yema de un dedo por mi glande, recreándose en el pequeño orificio. Es una sensación indescriptible. Tiemblo y aprieto mi boca contra la suya. Me muerde y, a cambio, introduzco un dedo en su interior. Muerde más fuerte e intento retirarme pero besa con mucha ternura la zona dolorida. Exploro en ella con mi dedo. Arriba y adelante. Grita. Se aprieta a mi. Acaricia mi pene de arriba abajo. Introduzco otro dedo. Sus jugos son como aceite y se deslizan con mucha suavidad. Pellizca y araña suavemente mi escroto mientras, con firmeza, me empuja hasta tenderme en el suelo. Pasa una pierna por encima de mi, retira la mano de su sexo y, casi a cámara lenta, se introduce ella misma el pene hasta lo más profundo. Ambos gemimos, los ojos cerrados, sintiendo. Nos quedamos quietos. Un minuto. Dos. Noto las hinchadas paredes de su vagina presionando mi miembro en máxima erección. Suspiro respirando muy suave. También ella. Algo se mueve. Pequeñas contracciones masajean mi ariete. Es muy placentero. Lo hago cabecear. Como un juego: un contracción, un cabeceo.
Solo sentir. Solo gozar. Sentir y gozar. El tacto de las manos, la vista, el oído, no cuentan. Solo el sentir interior. Aumentamos la velocidad. No mucho. También muy despacito, Anne empieza a moverse arriba y abajo deslizándose sobre el mástil que la penetra. No hablamos. No nos miramos. Se lo que siente. Noto como, al igual que a mi, el calor interior le va aumentando. Y me va naciendo un cosquilleo que invade mi vientre, mi estómago, la columna vertebral, se recrea en los testículos y asciende por la caña del pene estallando en un orgasmo bestial que surge a borbotones.
Anne se arquea. Sus puños cerrados me golpean el pecho, lanza un alarido y, desplomándose, alcanza un orgasmo que la deja rota.
Sigue tendida sobre mi con mi pene, que no quiere ceder, dentro de ella. La sacuden unos espasmos que, poco a poco, van perdiendo fuerza e intensidad. Le susurro, la calmo, le acaricio el pelo y la beso tiernamente. Pasan ya de las once. Nos levantamos y, desnudos, bajamos a recoger la ropa. Nos vestimos dejándonos ver. La imagen de su cara enrojecida, de su ondulada melena caoba, de sus pechos de dorada oreola y desafiantes pezones, de su cintura, de la curva del vientre, de su espalda suave, de las nalgas, de los muslos y de su apetecible sexo pulcramente rasurado, se queda grabada en mi mente creo que, ya, para siempre. Supongo que a ella, viendo la expresión de su cara y su sonrisa, le ocurre lo mismo conmigo.
Recogemos todo y cerramos el centro.
-¿Te vienes a casa? -le pregunto.
Me besa en los labios y se abraza a mi cintura.
Ya en el coche me pregunta:
-¿Y esto? ¿Lo escribirás en tu blog?
-No acostumbro a publicar mis relaciones personales...
-¿Y para mí? ¿Lo escribirás para mí?
-¿Para ti?... Si tú quieres...



6/4/16

A orillas del mar


Estaba tendida. El viento jugando con su pelo, el sol acariciando su piel. La fragancia de su cuerpo llegaba a mi como una canción de naturaleza y entonces, nuestras miradas se cruzaron. Mis ojos prendieron en los suyos, nuestros labios dibujaron una sonrisa para hablarnos sin palabras.
Se movió para dejar espacio en su toalla y yo me acerqué a tumbarme junto a ella. Unimos las bocas en un beso que se convirtió en deseo, en pasión desbocada. Las manos tomaron vida propia para sujetar, acariciar, explorar. La ropa iba cayendo y cada centímetro de piel descubierto era mirado, acariciado, besado, lamido. La respiración era cada vez más agitada y cuando cada uno buscó la intimidad del otro, se convirtió en gemidos que el aire se llevaba para mezclarlos con el rumor del mar.
Ascendí a su cuerpo introduciéndome en ella que me recibió con un profundo gemido y un temblar de deseo acoplándose perfectamente a mi. Los movimientos de su pelvis buscaban el máximo roce, la máxima penetración. Busqué sus ojos para encontrar en ellos una mirada que era pura provocación. Sonrió y llevando sus manos a mis nalgas, estiró de mi hasta hacerme llegar a lo más profundo de ella, a la vez que tensaba su cuerpo como un arco y lanzaba un profundo gemido. Sentí sus jugos inundar mi miembro y derrumbándome sobre ella, le entregué los que surgían de mi a borbotones.
Permanecimos tumbados el uno al lado del otro.
-Me llamo Marga -dijo.
-Raúl -contesté- Encantado.
-También yo -añadió ofreciéndome sus labios rojos.

16/3/16

Iluminada de alba


Las seis de la mañana. La calle se va vistiendo de los inciertos colores del amanecer. Ella yace desmadejada sobre la cama. La piel perlada de sudor, el pelo mojado pegado a su frente.
La luz de la mañana gana, poco a poco, terreno a las sombras. Asciende por la cama, dibujando la brillante piel de ella que se mueve inquieta. Es joven aun. Los estragos del tiempo apenas han mordido su cuerpo. Son leves insinuaciones que se reflejan en la suave caída de las nalgas, en la incipiente y casi imperceptible curvatura de su vientre y el leve ceder de los pechos aún firmes, aún rotundos. El tiempo empieza a caminar por ella pero todavía resulta atractiva. Muy atractiva y tremendamente sensual.
En el ambiente flota el perfume de la noche de fiesta. En la cara, restos del maquillaje; los párpados ensombrecidos; ruinas de carmín sobre los labios para que resulte más sensual y excitante al imaginar todo lo expresado y soñado por su cuerpo en esa noche.
Los labios dibujan una sonrisa, preludio del gemido, quizá en recuerdo de caricias que su mano, abandonando la sábana y ascendiendo por la piel iluminada de alba, parece querer rememorar. Sus dedos, en tanto leves gemidos escapan de sus labios, recorren muy lentamente el muslo, los pliegues de la vulva, suben por el vientre rodean el crater del ombligo; continúan hasta dibujar el contorno de los pechos y trepan a ellos para enfrentar los duros pezones entreteniéndose en la caricia itinerante de una a otra cumbre. Descienden luego al profundo valle y suben con delicadeza por el cuello para contornear la barbilla, explorando los labios deslizándose en suave y sensual caricia. Sin esfuerzo, el pulgar se introduce en su boca que lo recibe con sumo agrado.
Con él sumergido en la cálida y húmeda cueva, ella se gira hasta colocarse en posición fetal y entrar en ese profundo sueño que libera de todo lo terrenal. De todo lo mundano.