Oigo el sonido de tus pasos en la noche más no quiero despertar. No quiero ver tu cuerpo librándose, poco a poco, de la ropa que cubre esa piel nívea y ardiente. Tampoco sentir sobre mi tu roce, la seda de tu pelo, el aroma que de ti emana. Prefiero seguir olvidado, arrinconado, allí donde no me encuentres ni me alcance el lenguaje de tu ser.
Aunque se que no es posible. Tu cuerpo, ese hermoso cuerpo de diosa, me domina. Anula mi mente y, doblegando mi corazón, cambia el flujo de mi sangre. Ya es tarde. Aprieto los ojos pero mi espíritu se ha despertado y acude a ti. Sigue el aroma de esa piel suave que toca la mía. Se mueve con el latido de tu corazón, con la suave música de tu respirar y te susurra al oido alguna cosa que te hace sonreir. Se pierde de mi y se enreda entre tu pelo.
Lo sabía. El sueño me abandona. Entre el sopor que me domina, percibo algo suave, cálido y húmedo que recorre mi cuello ascendiendo lentamente para tapar mi boca. Es agradable. Muy agradable. Dejo que mis labios se entreabran y que mi lengua lo acaricie mientras un leve cosquilleo invade mis zonas erógenas. Abro los ojos pero una cascada de seda nubla mi visión haciéndome cosquillas en la cara. Unas manos, mi mente ya me permite reconocerlas, acarician mi pecho, pellizcan mis pezones arrancándome un leve gemido y descienden por la tripa hasta enredarse en el vello de mi pubis. Sin siquiera pensar en ello, mi virilidad se hiergue y acepta orgullosa el homenaje de las caricias de esos dedos. Siento un peso sobre mi, un reguero húmedo sobre mi pierna, un volcán invertido que me absorbe a un interior de fuego y humedad. Un olor acre, agradable y excitante, pone mis manos en movimiento. Acierto a posarlas sobre dos esferas suaves y firmes que se balancean arriba y abajo. Las aprieto, las masajeo y cada vez que lo hago, oigo una música de suspiros y quedos gemidos. Creo que yo mismo soy parte de esa melodía. El ritmo aumenta. La cadencia de la música también. Una corriente se inicia en el interior de mis muslos recorriéndome por dentro, estremeciéndome. Tenso mi cuerpo y me derramo a través de ese vástago aprisionado por un sólido anillo que lo recorre y lo estrangula. Oigo un grito lejano, grutural y profundo y siento resbalar por mi virilidad la calided de unos jugos que se mezclan con los míos. El sopor regresa a mi. Creo que me he dormido. O tal vez no. No soy muy consciente del momento. Quizá sea ese espacio entre el sueño y el despertar en que la consciencia, aún brumosa, no ha regresado a nuestro cerebro.
Abro los ojos y encuentro tu cuerpo, ese cuerpo de diosa que me domina, tendido junto a mi. Relajado. Totalmente desnudo, tal vez ofrecido. Los ojos cerrados. El pelo desparramado por la almohada, una sonrisa fresca y feliz en los labios. Observo tu sexo. Está brillante como el mío. Un olor acre y dulzón flota en el aire y, no se por qué, un suspiro brota de mi alma.
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